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90 FR. SERAFÍN DE AUSE.JO Rufo. Pero su destino era la Bética. El desembarco bien pudo ser el golfo de la antigua Urci, junto a la actual villa de Huér– cal (Almería). En este golfo comenzaba la provincia romana Bética. Y poco más tarde, en Urci quedó, como' sucesor de Pablo, san Indalecio, hoy patrono de la cercana población de Pechina. Fue uno de los siete varones apostólicos, consagrados obispos y enviados por Pablo a la Bética durante su segunda prisión romana (años 66-67). Paréceme, pues, más probable que Pablo hiciera su viaje de Tarragona a la Bética por mar, costeando todo el litoral levantino. Sé que todo esto es meramente hipotético. Pero son no pocos los indicios que a ello obligan. En primer lugar, la Bética, en toda su extensión, era la provincia más romanizada de toda España. Llevaba casi dos– cientos años sometida plenamente, y pacíficamente, a Roma. La lengua, la cultura y las costumbres romanas se habían di– fundido totalmente por esta región. El comercio con Roma desde la Bética estaba a la orden del día. Sabido es que en el monte Testaccio de Roma, formado artificialmente por los montones de vasijas, ya inútiles, que traían a la capital del mundo los productos de todo el Imperio, se han encontrado muchas ánforas de barro con la marca de fábrica. Estaban fabricadas en Astigi (Ecija) para llevar aceite a Roma, o tam– bién en la región de Jerez, sin duda para transportar vino hasta la Urbe. Reunía, pues, la Bética las mejores condiciones para la labor apostólica de sembrar en ella el cristianismo, como las reunían las diversas regiones de Grecia misionadas por Pablo. Otro indicio es que Pablo nunca se dirigía a las provincias entonces llamadas «imperiales», es decir, aquellas en las que todavía luchaban los ejércitos del César o en las que éstos actuaban, por no estar todavía plenamente dominadas. Siem– pre se dirigió a las provincias «senatoriales», o sea, a las que, por estar totalmente en paz y sin necesidad de la presencia de los ejércitos romanos, dependían, en cuanto a su gobierno, directamente del Senado romano. Y en esta condición se en– contraba la Bética desde hacía casi doscientos años. Por otra parte, los judíos siempre fueron buenos comer-

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