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XII SERAFÍN DE AUSEJ"O, OFMCAP. ser y no fueron. Hubo allí demasiada gente, demasiada euforia, dema– siada vaguedad. Y sin embargo, ha resultado verdad lo que, a propó– sito de aquella Semana, profetizó, con su gran corazón, más todavía que con su mente, D. Teófilo Ayuso. Decía él: "Esperamos sea la Pri– mera Semana Bíblica Española el fundamento sólido del gran edificio que entre todos proyectamos construir; el punto de partida en el ca– mino luminoso que todos queremos seguir, para el florecimiento. de los estudios bíblicos en nuestra Patria" (3). Porque, efectivamente, aquella Semana fue "fundamento sólido" y "punto de partida", sin perjuicio de que después, asentadas ya las aguas torrenciaies de aquel primer entusiasmo, se corrigieran los planos arquitectónicos y se siguiera un camino, quizás menos brillante, pero mucho más sensato, más rea– lista, más efectivo, más fecundo. Y ello se debería a que todas las demás Semanas, desde la Segunda, en 1941, habían de celebrarse for– mando parte del Consejo Superior de Investigaciones Científicas. l. EL CAMINO RECORRIDO EN ESTOS 25 AÑOS a) Organización de las Semanas a partir de 1941 Fue en este año cuando nuestras Semanas, celebradas anualmente sin interrupción alguna hasta el presente, que es la XXVI, encontraron su debido cauce. Naturalmente que, con el correr de los años, también nuestras Semanas evolucionaron. Los que de continuo hemos sido testigos presenciales o actores en ellas, sabemos no poco de cómo las Semanas han ido variando en su tónica general, en crear nuevos climas entre los escrituristas españoles, en seguir -y en ocasiones iniciar– el renovado Movimiento bíblico de la Iglesia, en el rigor científico de los trabajos aquí leídos y luego publicados. Sin embargo, la estructura general de nuestras Semanas, salvo algunas variantes de principal re– lieve, y la base económica que las ha sostenido, al igual que sus publi– caciones, han seguido siempre las mismas. Desde 1941, las Semanas se organizaron de forma que en ellas hu– biera uno o dos temas, no más, señalados por la Dirección para las diversas ponencias, dejando luego campo libre a las iniciativas o a la investigación personal de los profesores. Al principio asistían no pocos aficionados a los estudios bíblicos, pero extraños a su profesorado. Incluso durante varios años llenaban este salón de sesiones los seminaristas teólogos de Madrid. Inmediatamente después de cada ponencia, se entablaba la discu– sión de la misma, en la que muchas veces intervenían quienes no es– taban especializados en estos estudios. Ello era causa de que a me– nudo se prolongaran las discusiones demasiado o de que éstas siguie– ran derroteros muy distantes de la ponencia que se acababa de leer. (3) lbid., p. 7. [4]

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