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X SERAFÍN DE AUSE.1O, OFMCAP. vienen empujando, y piden su puesto de trabajo, de responsabilidad, de dirección. Y como la mayoría de vosotros no pudo presenciar los comienzos de nuestras Semanas ni seguir plenamente su evolución, me vais a permitir que yo, que asistí a la Primera y he asistido a todas las demás, salvo rarísimas excepciones, sin otro título que el de ser ya viejo, os ofrezca un breve relato de lo que fue la Primera Semana Bíblica de 1940, celebrada en Zaragoza, y lo que han sido las otras veinticuatro siguientes, celebradas anualmente en Madrid, en este mis– mo local, excepto una que se celebró en Santiago y otra que se intentó celebrar en Tarragona. Quisiera, pues, reseñar brevísimamente lo que han sido las Sema– nas a lo largo de estos 25 años; cuáles fueron las realidades obtenidas; cuáles son las esperanzas que los de mi generación, ya en el declive de la vida, quisiéramos transmitir a la generación que nos ha de se– guir; y también, dedicar un piadoso y emocionado recuerdo a los que ya no están con nosotros, pero que lograron con su esfuerzo, con su constancia, con su saber, dar cima a esta verdadera institución. Y digo "institución", porque realmente nuestras semanas merecen este nom– bre. No creo exagerada esta afirmación: Nuestras Semanas Bíblicas, celebradas todas, menos la Primera, dentro del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, y precisamente por haberse celebrado así, han sido durante estos 25 años el alma de nuestros estudios bíblicos en España. l. LA PRIMERA SEMANA BÍBLICA ESPAÑOLA a) Tentativas para organizarla (Segovia, 1935-1936) Dos sacerdotes de Segovia, tenaces, luchadores, tal vez muy suyos, pero capaces de arrastrar a otros tras su magnífica idea, lanzaron des– de Segovia, de cuyo Seminario eran profesores, el proyecto de celebrar una Semana Bíblica Española. Era a finales de 1935. Escribieron circu– lares, cartas, invitaciones; trabajaron con tesón por coordinar volun– tades y por reunir a cuantos estábamos dispersos por el área nacional, como también se dirigieron a los no pocos españoles que entonces enseñaban en Universidades romanas o en otros Centros de estudio extranjeros. Eran estos beneméritos sacerdotes, D. Teófilo Ayuso y D. Andrés Herranz. Malos tiempos corrían entonces, cuando, desde febrero de 1936, gobernaba la nación el Frente Popular; cuando cualquier persona de– cente, y mucho menos un sacerdote o un religioso (yo mismo lo expe– rimenté repetidas veces en aquellos años) apenas podía transitar tranquilamente por la calle; cuando se pretendía que Madrid fuera la sucursal de la Moscú de entonces, muy distinta de la Moscú que hoy permite la convivencia con Occidente. Teniendo en cuenta las dificultades de aquellos momentos los dos aludidos sacerdotes, apoyados principalmente por los Excmos. señores [2]

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