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espíritu fraterno que· quiere comunicar a los de– más sus propias experiencias; una emoción que busca comunicarse, un gozo personal que quiere ser fecundo. Lo que Francisco entiende por ciencia es algo similar a lo que se entiende hoy en ciertos me– dios por cientismo: un saber que da superioridad. La palabra de Dios en la Biblia tiene como objetivo cambiar al hombre, enseñarle a trabajar y obrar en armonía con Dios. El estudio de las Escrituras que se pierde en curiosidad inútil, en sutilezas, contrastes y búsquedas sin sentido práctico es para él un error, una peligrosa va– nidad. Pero no hay en él el menor desprecio del tra– bajo intelectual; a lo que él tiene un horror ins– tintivo es al orgullo intelectual, que le parece una deformación moral. Nadie como él experi– mentó la belleza de la vida, ni entendió la fuerza creadora de la verdad. Lo que él condena con el nombre de ciencia, es la codicia del saber que se desarrolla monstruosamente en los que la buscan, secándoles el corazón. Tiene para los sabios la misma antipatía vigo– rosa de Cristo por los doctores de la Ley. (Escritos inéditos, pp. 280-281) La Orden Tercera Las bases de la "Orden de hermanos y her– manas de la Penitencia" fueron muy simples: Francisco no aportaba al mundo una nueva doc– trina; la novedad de su mensaje radicaba por entero en su llamado directo a la vida evangé– lica, a un ideal de vigor moral, de trabajo y de amor. ¡-lubo bien pronto, naturalmente, quienes no comprendieron esa belleza verdadera y simple, que cayeron en las prácticas y devociones e imi– taron lo exterior de la vida de los claustros, en los cuales, por una causa o por otra, no pudie– ron refugiarse; pero sería injusto afirmar que así fueron los "hermanos de la Penitencia". ¿Recibieron de san Francisco una Regla? No puede saberse. La que se les dio en 1289 por el Papa Nicolás IV, es simplemente la refundición y amalgama de todas las ,Reglas de hermandades laicas que existían a fines del siglo XIII. La atri– bución de ese documento a san Francisco no es otra cosa que -el ajuste en el edificio nuevo de algunas piedras veneradas de una antigua cons– trucción. A pesar de esa falta de una Regla emanante LITERATURA de san Francisco mismo, se advierte claramente lo que debió ser, en su pensamiento, esa asocia– ción. El Evangelio, con sus consejos y sus ejem~ plos, debía ser la verdadera Regla. La gran no– vedad anhelada por la Orden Tercera fue la con– cordia; esa fraternidad era una unión de paz, y aportaba a la Europa sorprendida una nueva tre• gua de Dios. Que la negativa de empuñar armas haya sido un ideal simplemente quimérico y efí– mero, los documentos están ahí para demostrar– lo, pero, con todo, es ya hermoso haber tenido la fuerza para suscitarlo ,por algunos años. La segunda obligación -esencial de los herma– nos de la Penitencia parece haber sido la de re– ducir lo más posible sus necesidades y, conser– vando sus bienes, distribuir a los pobres, a in– tervalos regulares, la parte de renta que quedara disponible, después de haberse contentado con lo estrictamente necesario. Cumplir con alegría los deberes de su estado; dar a las menores acciones una inspiración santa; hallar en las cosas infinitamente pequeñas de la existencia, en apariencia más trivial, partículas de una obra divina; permanecer puro de toda preocupación envilecedora; usar de las cosas co– mo no poseyéndolas, como los servidores de la partlbola que tendrán bien pronto que dar cuenta de los talentos que les fueron confiados; cerrar su corazón al odio, y abrirlo por entero a los po– bres, a los enfermos, -a todos los desamparados, tales eran los otros deberes esenciales de los hermanos y hermanas de la Penitencia ... Para Francisco, la vida evangélica es natural al alma. Quien la conoce, la preferir,á; no tiene ne– cesidad de ser probada, como el aire y la luz ... Francisco y sus discípulos realizan, pues, la pe– nosa ascensión de las grandes cimas, irresistible– mente dirigidos por la voz interior ... , con el re– cuerdo de Jesús precediéndoles en las alturas y reviviendo misteriosamente bajo sus ojos en el sacramento de la Eucaristía. La "Carta a todos los fieles", en la que des– bordan esas ideas, no es sino un vivo recuerdo de las alocuciones de san Francisco a los ter– ciarios. (Vida de san Francisco de Asís, pp. 304 ss.) La perfecta alegría La admiración popular no se ha equivocado al detenerse, extasiada y reconocida, en esta pá– gina (la del capítulo de la "perfecta alegría", de las Florecillas). Es que los más simples, leyéndola y repasán– dola en su memoria, se dan cuenta de que más 121

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