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LITERATURA San Francisco y la Iglesia Hijo de la Umbría, san Francisco no -lo fue me– nos de la Iglesia. (Op. cit., p. 30) Tornó la tradición entera, pero mirándola con ojos nuevos y vivificándola por el amor. No tuvo la menor tentación de herejía, pero de ninguna manera fue un antihereje. (Op. cit., p. 36-37) Francisco vivió la más interesante hora de la Iglesia en la Edad Media, cuando Inocencia 111, el gran pontífice romano , se sentía atormentado por la ruina de la Iglesia, viéndola sacudida has– ta en sus fundamentos. Este sentimiento era par– ticipado por todos aquellos fieles lo suficiente– mente inteligentes como para poder leer los sig– nos de los tiempos ... ¿Quién es el que evitó el cataclismo? La le– yenda responde: "Francisco de Asís". Y 'la histo– ria confirma esta respuesta ... En un ímpetu de nobleza y pureza incompara– bles, él se había unido a Cristo, tal como lo en– contró en la Iglesia, en el Evangelio, y continua– ba encontrándolo sin cesar en su propio corazón, como en la oración y el coloquio que inspiraban todos sus actos. Y he aquí que la palabra en la que él sólo buscaba ser el fiel y simple mensa– jero de su divino Maestro, fructificó prodigiosa– mente. La fe liberadora, esa fe que devuelve el gozo y la esperanza al corazón del hombre, vuel– ve a caer en tierra para fecundarla. El humilde servidor veía así hacerse realidad lo que en su lenguaje poético llama el "misterio de'I Evange– lio" ... Pero, desde el comienzo del pontificado de Ho– norio 111, el cardenal Hugolino, que se preparaba a sucederle, no alcanzó a comprender que el elemento preponderante en la Iglesia era la Or– den de los Hermanos Menores ... y se serviría de esa fuerza capaz de transfo,rmar la Iglesia para ponerla al servicio de fines temporales. Este es tal vez uno de los más graves errores del Pontificado romano ... La reforma predicada por Francisco dejó las semillas que siguen reproduciéndose y multipli– cándose aquí y allá, bajo el rocío y el so'I del buen Dios, a través de los siglos; y los cálculos políticos humanos no han podido ahogar el anhe– lo de la cristiandad de volver al espíritu de Francisco de Asís, si bien tampoco le han per– mitido desarrollarse con libertad. 118 Si el siglo XVI hubiera tenido un Francisco de Asís, Lutero y Calvino sólo hubieran tenido una importancia episódica ... (Op. cit., pp. 13 ss) La idea de oponer el Evangelio a la Iglesia, que se halla en el fondo de casi todas las tentativas de herejía, parece que jamás se presentó a su espíritu, y mucho menos aún a su corazón. No amó el Evangelio, por una parte, y la Igle– sia por otra, los amó con ímpetu ingenuo e indi– visible sin pensar jamás en que se pudieran se– parar. (Vida de san Francisco de Asís, Bs. As., ed. Claridad, 1943, p. 116) La Biblia, la Eucaristía La mayor parte de las pinturas primitivas re– presentan a san Francisco llevando en sus manos el Evangelio o la Biblia. Acepta el Evangelio como norma de su vida; en san Damián, de su apostolado. No le cayó des– de el cielo; lo encontró porque lo buscó. (Tres Compañeros, 8). Al principio, lo imitará exterior– mente, de una manera simple e ingenua, como el niño que, sin razonar, repite los gestos de su padre ... Pero, poco a poco, Francisco reflexio– na; de la humanidad de Cristo, pasa a su divi– nidad: es el Salvador del mundo por su sacrifi– cio, a causa de él. Obedeció hasta la muerte. Por consiguiente, le seguirá hasta en sus su– frimientos. Busca, pues, en el Evangelio la pre– sencia real, viva, actual de Cristo. Es una pre– sencia continua, que se hace realidad ante él y lo dirige. De ahí, que la presencia real de Cristo en la Eucaristía tenga un lugar tan importante en su pensamiento y en sus escritos. Ve en ella al legislador, al consolador, al buen pastor, pero, por encima de todo, al Rey de la gloria, hacién– dose servidor de sus discípulos en el Cenáculo, bajo el más humilde de los símbolos, promesa y prenda de la vida eterna. Cuando abre el Evangelio es como si entablara una entrevista con su maestro, y él le habla. Lee el Evangelio, pero es, sobre todo, un contempla– dor. La perseverante mirada de Francisco sobre las Escrituras es muy diferente de la de los protes– tantes, por su seguridad, su fe, su confianza. Descarta toda cuestión crítica. Sondea las Escri– turas, pero sin intentar en ellas soluciones cien– tíficas o infalibles. (Escritos inéditos, pp. 47-48)
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