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Sabemos bien poco acerca de· los padres de Francisco, así como del ambiente en que se for– mó, pero, en cambio, tenemos suficiente infor– mación de su ciudad natal, de la que, hasta el fin de· su vida, se mostró un ciudadano devoto y reconocido. Nadie ha sido como él hijo del terruño; esta tierra fecunda que produjo, casi a un mismo tiem– po, a Francisco, Clara, León y Elías. ¡Qué de antítesis y contrastes entre ellos! Pero todos te– nían la misma pasión, el mismo sentimiento ciu– dadano y localista, que nuestras costumbres ac– tuales apenas nos permiten comprender. Francisco Uevó el nombre de su ciudad a tra– vés de los siglos, hasta los límites del mundo, haciéndolo bendito. ¿Qué tienen que ver los dó– lares norteamericanos con esta gracia invencible del Evangelio de la Pobreza? ... Clara llevaba también un alma viril en un cuer– po harto débil. Ella defendió victoriosamente su viejo solar contra las bandas imperiales, pero no fue menos resuelta en defender su herencia es– piritual ante un Papa, y se trataba de Gre~orio IX, que estaba empecinado en hacerla olvidar un ideal al que había entregado toda su vida. El culto de fray Elías por Asís le hizo olvidar su voto de pobreza, pero hizo surgir de la tierra y al borde de un precipicio, como por arte de magia, una basílica que ha desafiado a los si– glos; y acaso, el buen Dios, que amó tanto a este rincón de la Umbría que le prodigó todos sus do– nes, se habrá mostrado indulgente con este· her– mano genial que quiso que la bel'leza brotara de la colina sagrada como en una acción de gracias de la tierra al sol que le acaricia castamente. Fray León temblaba de indignación contemplan– do desde la Porciúncula los andamios del Sacro Convento, que se erguían contra el cielo, pero si su espíritu localista se manifestaba de una ma– nera menos orgullosa, no amó a Asís con menos ternura ni menor eficacia. (Op. cit., pp. 31-32) La obra de san Francisco es totalmente origi– nal. Interpretó las necesidades y los sentimien– tos de toda una generación, y lo hizo con tal simplicidad, modestia y profundidad, que aque– llos mismos cuyas aspi,raciones e ideales inter– pretaba fueron los más admirados y sorprendidos. Así es como la predicación franciscana, que dependía totalmente del Evangelio, parecía ab– solutamente nueva y original. Y lo era, efectiva– mente, por el sentimiento que la inspiraba. LITERATURA La institución franciscana ha mantenido esta originalidad a través de los siglos. Y siempre que fue necesario, encontró la fuerza suficiente no sólo para afirmar su vital'idad, sino también para encontrar en el ideal de pobreza y de· ab– negación, que fue el de su fundador, la luz y la fuerza necesarias para responder a necesida– des nuevas. (Op. cit., p. 34) Como hombre de acción que era, Francisco nunca vio en los dogmas unas definiciones que había que asimilar intelectualmente. Era la pro– clamación activa, gozosa, de la fe, el canto de victoria de quien se sitúa decididamente al lado de los que se han puesto en camino para crear un mundo nuevo. Su Credo no estaba compuesto de una serie de afirmaciones. Era un programa de vida cuyo misterio se le patentizaba convir– tiéndolo en realidad, reviviéndolo día a día. La gran novedad aportada por san Francisco consiste en que sustituyó las viejas costumbres eclesiásticas aceptadas pasivamente por una vi– da religiosa que exigía un esfuerzo viril conti– nuo, un principio de infatigable actividad moral y mística. A la ·creencia satisfecha de sí misma le sucede un deseo de ascensión y perfección. El fiel de Cristo responde a su invitación a se– guirlo con una sumisión siempre idéntica, pero que le obliga a cambiar sus planes continuamen– te y le hace posible una existencia totalmente transformada y sin cesar renovada. De esta manera, y sin saberlo, dio respuesta a los anhelos de este maravilloso sig'lo XIII hacia una fe, no nueva, como se imaginaban los here– jes, pero sí más eficaz y más exigente. Era la misma fe asimilada por espíritus capaces de bus– carla y comprenderla con una anchura y una profundidad que la renovarían, dándole un as– cendiente que nunca había tenido hasta entonces. (Op. cit., p. 37) Es un error frecuente imaginar a Francisco co– mo un impulsivo, que sólo obedecía a inspiracio– nes imprevistas, vinieran de donde vinieren. Por el contrario, su vida fue esencialmente armonio– sa, y cada uno de sus actos, preparados y re– flexionados ... Una vida hecha de coherencia, prog•reso y reflexión inintenumpidos ... La re– flexión es una constante en su vida. Uno de los términos más frecuentes en fray teón es consi– deravit, que expresa una atención intensa, una mirada escrutadora, casi inquisitorial, clavada en la realidad. (Op. cit., p. 41) 117
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