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LITERATURA allá de lo que es posible saber, aprender y co– noc-er en los libros o almacenar en la inteligencia, están las verdades, las realidades vivas que nin– guna escuela está segura de poder enseñar, y que pueden permanecer perfectamente extrañas a los más ilustrados y, en cambio, iluminar la existencia de los ignorantes, en apariencia los más pobres, dando a su vida una inefable segu– ridad. Se advierte en ese relato el sentimiento de la victoria del hombre sobre la naturaleza y sus circunstancias. Francisco se siente agradecido a la lluvia, la nieve, que, lejos de amedrentarlo, de contrariarlo, ·le ofrecen la oportunidad de ex– perimentarse débil y avivan su voluntad de no sucumbir. Pero esto es sólo el prefacio. La vida, la perfecta alegría, no está en los re– sultados, los frutos del trabajo, sino que está en el trabajo mismo, el esfuerzo, la prueba, la actividad lenta, incesante, variada, para liberarse, primero, y IUego realizarse, no en la búsqueda de una orgullosa exaltación del yo, sino en la unión con la voluntad misteriosa, con el único y et,erno sacrificio. Francisco no ha renunciado a la idea de con– quistar la gloria, pero sabe que no la alcanzará ganando una batalla o una guerra, en un solo instante, sino a través de una larga ·lucha, con– tinuamente ascendente; y exterioriza esa volun– tad de superación con un símbolo, una bandera, que no es otra que la cruz en lo alto del Gólgota. Francisco recuperó para la vida cristiana de su tiempo, y no para una lucha transitoria como la cruzada, sino para la vida cristiana común, vul– gar, la más humilde, la más insignificante, un resorte que había perdido, el entusiasmo. La perfecta alegría no consiste en el dolor o el sufrimiento por sí mismos, sino que es un estado de alma por el que uno se siente más fuerte que cualquier contradicción, y procura el bien con alegría y fe, a pesar de todos los obs– táculos y oscuridades. (Escritos inéditos, pp. 256-257) El Cántico del sol Lo admirable en san Francisco no es su espí- 122 ritu caballeresco, sino su fe, es decir, la gozosa afirmación de lo verdadero, lo bello y lo bueno; cuando la verdad está en derrota, la belleza está cubierta por un velo y el mal triunfa por todas partes. Entonces él vuelve a la lucha, no utili– zando la fuerza, sino con la firmeza, la seguridad y la certidumbre del corazón. Es el momento en que, ya casi ciego, compuso las Laudes Creaturarum, o Cántico del hermano sol, cantándolo él mismo, y haciéndolo cantar una y otra vez, con gran escándalo de quienes no podían comprender su entusiasmo ... Joculatores Domini (juglares del Señor): esta expresión era todo un programa. Mientras en su Orden se iban infiltrando ideas extrañas, y se volvía a una concepción tradicional de la vida monástica y hacia un magisterio espiritual que bien podía terminar en poder político y en las ventajas que trae consigo, mientras algunos her– manos Menores se olvidaban de su nombre, y se preparaban para ser maestros parisienses, catedráticos, obispos, arzobispos, desde el pe– queño huerto de san Damián Francisco lanza sus "juglares de Dios". Fue un gran escándalo, que duró hasta su muerte. Entona su Cántico, lo hace cantar a sus juglares, y algunos hermanos de entre los más graves, acuden a él para aconsejarle mesura; pero él continúa cantando con sus seguidores más adictos . El quería afirmar así la pura, sancta simplicitas, y esperaba que sus discípulos no olvidaran nunca la voluntad de su fundador. Era su manera de decir: 'Vayamos al pueblo". Ciertamente, es lo que él había hec-ho a lo largo de su vida. Había amado al pueblo, y éste le había correspondido. Pero ahora temía no haberse identificado lo .suficientemente con el pueblo, no haberse puesto al nivel de los más simples. El Cántico del sol, y 'las circunstancias de su composición, no son, pues, un mero episodio en la vida de san Francisco. Lo que dirá algunos me– s-es después en su Testamento y en la Carta al Capítulo lo ha dicho ya. Es un esfuerzo para vol– ver al ideal de los primeros días. (Op. cit., pp. 317-318)
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