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¿t)6de utM, ~ 11 ~4He4 P~"... Fr. Jesús L. Rodríguez G. ofm.cap. en aquella se desea tener éste y otros más. ¿Estoy hablando claro o me equivoco, esti– mado lector? Todo esto, son espirales que despistan. Ya sé que no se hace con mala intención, pero nos vemos envueltos en una vorágine: la del consumismo más atroz. Es bueno recordar que al entrar de lleno en la socie– dad consumista ponemos nuestro corazón en las cosas. Qué vergüenza nos daría si tuviéramos con nosotros a la Dama Pobreza. Reconozco que todos queremos vivir el ideal auténtico. Pero con frecuencia nos cansamos de luchar contra la corriente. Además es más cómodo seguir esa corrien– te. Creo que debemos sensibilizarnos, es necesario que demos pasos, como San Fran– cisco al dar el beso al leproso. Es cuestión de llevar en comunidad una vida más sencilla; estimo que el tipo de pobreza más dañada, perdida y olvidada que tenemos es la pobreza comunitaria. La pobreza individual se respeta con más faci– lidad. La pobreza en fraternidad se practica menos. ¿Tenemos claro qué ejemplo esta– mos dando? El ejemplo de una vida relaja:.. da. Y dime ahora ¿Qué fuerza de atracción puede presentar una vida relajada? Te con– testo: poca o ninguna. 4. ¿COMO ALCANZAR A LA DAMA POBREZA? No se responde con facilidad a esta pregunta. Pero Jesús de Nazaret, nuestro Dios y Salvador, nos ilumina: Explicando la parábola del sembrador nos dice que los que siembran entre abrojos "son los que han oído la Palabra, pero las preocupacio– nes del mundo, la seducción de las riquezas y las demás concupiscencias les invaden y ■ ESPIRITUALIDAD Y FORMACION CUADERNOS FRANCISCANOS OCTUBRE/DICIEMBRE 1996 N" 116 ahogan la Palabra, y queda sin fruto. En nuestro tema, como se suele decir por estos lados: "más claro, agua". Estarás de acuerdo conmigo en que la pobreza auténtica, la pobreza evangélica vivida por el reino de los cielos en fraterni– dad es uno de los signos de los tiempos que más se valoran hoy, tanto a nivel de cre– yentes como a nivel de no creyentes. Reconozco que es difícil llevar una vida más austera, una vez que nos hemos acostum– brado a ciertos lujos. Sabemos que el árbol grande difícilmente se dobla. Será cuestión no sólo de valor o de amor a la pobreza, sino que de superar y perseverar con la gracia de Dios muchos obstáculos. Sin duda, que si llevamos una vida más humilde nos acercare– mos más a los que llevan una vida humilde: a los pobres forzosos. Obviamente que nuestra pobreza no será nunca igual a la de los pobres forzosos. Nosotros los religiosos tenemos cierta cul– tura, cierto reconocimiento social, cierta imagen, en definitiva un cierto poder. Mas, aceptado esto, si no encontramos a la Dama Pobreza nos vamos a distanciar cada día más de la gente a la cual estamos llamados los franciscanos y franciscanas del mundo: la gente sencilla y humilde. Si se quiere, sin faltar a la caridad, alcanzar a la Dama Pobreza ... hay que de– cidirse. Los capítulos provinciales y locales pueden ser instrumentos valiosos para tan

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