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Fr. Jesús L. Rodríguez G. ofm.cap. llegar). Sabía, también ponerse en cuclillas para estar a la altura de los niños, de los débiles, de los más humildes, de los pobres. Quería que las casas de los hermanos no fueran como fortalezas defensivas, aisladas de las gentes sencillas. Las casas eran para vivir cerca de quienes pudieran necesitarlos, y debían tener un cierto clima de intimidad para la oración, pero debían ser sencillas. Serían además, más que imponentes, acoge– doras y tendrían las puertas abiertas para recibir con alegría a quienes los visitaran ya fuera por cortesía o para pedir ayuda. 3. BUSCANDO A LA OLVIDADA DAMA POBREZA La Pobreza es un componente específico del espíritu franciscano. Es como la pata de una mesa, la cual cojea, si aquélla le falta. Si nos fijamos un poco veremos que todas las refor111as franciscanas han surgido a partir del tema de la pobreza. Los prime– ros capuchinos pasaban insistiendo en co– sas de pobreza. Pero tenían mucho a su favor. ¿Por qué? Porque además de pobres, poseían el componente profético -esencial ESPIRITUALIDAD Y FORMACION CUADERNOS FRANCISCANOS OCTUBRE/DICIEMBRE 1996 Nº 116 en toda vida religiosa-, a borbotones en su vida. Pero ... ¿por dónde comenzar a buscar, -a la Dama Pobreza- en nuestras acomoda– das vidas del siglo, casi XXI?. . . Difícil pro– blema... , pero vamos a comenzar por lo cotidiano de nuestra existencia: Invadidos por el consumo Como "Pepito" tiene tal cosa, "Juanito" también tiene que tenerlo. Por cierto que siempre hay excepciones, siempre hay y habrá hermanos y hermanas que son ejemplos en la vivencia de la pobre– za. Pero aquí me estoy refiriendo al conjunto de hermanos franciscanos, en general. Se escucha que otras órdenes religiosas no viven la pobreza... Si es así, me duele, pero no tanto como el que los franciscanos la olvidemos. Y cuando hablo de francisca– nos me refiero a toda la familia franciscana: Menores, Capuchinos, Conventuales, Clarisas, Franciscanos y Franciscanos de la Tercera Orden, etc, etc. Me temo que todos, o un tan– to por ciento cercano al cien, hemos perdido a la Dama Pobre– za ... Si me equivoco, ¡pido per– dón a los ofendidos! Y o no soy pesimista. Pero hay que bus– car siempre a la Dama Pobreza. Sin ella estamos perdidos. Por eso, no me extraña que nuestro componente profético esté heri-

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