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Fr. Camilo Luquín, otm.cap. constante escucha y meditación de la palabra de Dios y en la fidelidad a unos ritmos fuertes de oración personal; una "vida con Dios" como experiencia del sentido radical de la existencia cristiana y religiosa. En realidad, se trataba básicamente de esto: encontrar un sentido para la propia existencia descentrada; es decir, de enfrentar la crisis de trascendencia y de identidad desde el único punto de partida posible, el de la fe, sin la cual es impensable una "vida con Dios" y una vida de oración. Por esta razón, el director de los EED iniciaba sus meditaciones ya desde el principio con un descarnado análisis de la "atrofia espiritual", para continuar inmediatamente con el tema de la fe, "fundamento de la vida con Dios", con unos enfoques netamente bíblicos y experimentales, que dejaban poco lugar para las racionalizaciones y el discurso teológico, encaminados a arrancar a los participantes de los "Encuentros" de una fe en Dios como reaseguro de una religiosidad sin sorpresas ni sobresaltos, el Dios de la razón y la costumbre, y llevarlos a una fe adulta, trascendida y liberadora, inquietante y serenadora, a la vez; la de Abraham y de Moisés, de los Profetas y los Padres, de María y de Jesús, la fe en un "Dios vivo y verdadero". Esta y otras expresiones equivalentes recurrían constantemente en la predicación y los escritos de Ignacio Larrañaga; y todo su mensaje tenía, y tiene, un fuerte acento vitalista; porque su objetivo no es otro que suscitar y provocar en sus destinatarios el deseo y la experiencia de un Dios de vida. En el origen de esta apelación a la "vida con Dios", que tiene siempre en él acentos de gran calidez, está su franciscano respeto y veneración, incluso ternura, por toda la creación de Dios, y una fe inquebrantable en la esencial bondad del hombre, reflejo de la del Padre Dios, cuyo Espíritu sigue "empollando el mundo, cobijándolo con su caliente seno y sus brillantes alas" (Gerald M. Hopkins), como en los días del paraíso. La fe del director de los EED en la vida, que "fluye como un río límpido como el cristal del trono de Dios y su Cordero" (Ap I 22, 1-2), y en el Dios de la vida, la afirmación de ese don primero y original, el gozo y entusiasmo por todo lo que nace y renace, palpita y vibra, que le lleva a un rechazo casi visceral de todos los signos de destrucción y muerte, es acaso el más íntimo resorte movilizador de toda su acción apostólica y profética. Los EED no son, pues, otra cosa que una apelación de urgencia a la búsqueda de un sentido para la propia vida, la "vida con Dios"; y su objetivo es suscitarla, despertando la conciencia de la necesidad y el deseo de Dios, "más íntimo a nosotros que nosotros mismos", según la clásica expresión de san Agustín. Y que, por eso, está en la raíz de nuestros propios desconciertos, miste– riosamente envuelto en nuestra propia impotencia de reconocerlo, e incluso en el más oscuro e instintivo impulso de rechazarlo; y que sólo se resiste a quienes creen poseerlo o lo han convertido en una proyección de sus propias necesidades y deseos. CUADERNOS FRANCISCANOS I JULIO/SEPTIEMBRE 2006 • N' 155 ••• 11 J

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