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Fr. Camilo Luquin, ofm.cap. El lugar de verificación de nuestra relación con Dios, nuestra experiencia de Dios, no es otro que su palabra encarnada en una persona, Jesucristo. Él es nuestro arquetipo, nuestro modelo único y absoluto: cuestiona nuestra incredulidad tanto como nuestra falsa religiosidad, y pone al desnudo las más ocultas motivaciones de nuestros actos y de nuestras actitudes pretendidamente cristianas. Toda su vida está centrada en Dios, y afirma que su único alimento es hacer la voluntad del Padre; es un hombre de profunda oración, y se retira una y otra vez a la soledad para encontrarse con Él; pero, al mismo tiempo, es el hombre para los demás por excelencia, profundamente solidario con los hombres, especialmente los pobres y pequeños, hasta el punto de dar la impresión de que sólo se encuentra a gusto en medio de ellos. Se inclina sobre el dolor humano con entrañas de misericordia, y afirma que ha venido para revelar el camino de la cruz, y para dar Él mismo su vida en rescate por muchos y salvar lo que estaba perdido. Él es "transparencia" absoluta de Dios y su misterio, diafanía del Padre: "Quien me ha visto a mí, ha visto a mi Padre" (Jn 14, 9). Y la revelación del Padre, desde la fundamental y fundante experiencia filial de Jesús, se constituye así para nosotros en el objeto final de toda experiencia posible de Dios. A través de ella, Él nos da a conocer su nombre, desvelando su más íntimo misterio. Y en ese "conocimiento", el espíritu de hombre se aquieta y remansa, como el torrente que desciende de las alturas para confundirse con la imperturbable serenidad de un espejo de agua entre las montañas. "Conocer" (experimentar) a Dios como Padre, abandonarse en Él como en un seno materno recuperado en libertad es la culminación de todo el esfuerzo ascético por alcanzar una experiencia liberadora de Dios. Este es el núcleo de los "Encuentros" y de toda la pedagogía de Dios de Ignacio Larrañaga. Y fue el objetivo de la acción– pedagógica de Jesús con sus discípulos, y su último y más íntimo deseo, dejado en Testamento a sus seguidores como cifra de su vida y misión: "Padre... , que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y al que Tú enviáste, Jesús, el Cristo" (Jn 17, 3). VIDA CON DIOS En la estructura tradicional de la Vida Religiosa anterior al Concilio Vaticano II, la experiencia de Dios, la "vida con Dios", estaba dada por un conjunto de normas y pautas de conducta que intregraban un universo sacralizado y objetivado en observancias, ejercicios y prácticas de piedad, cuya eficacia para provocar y expresar una verdadera experiencia religiosa parecía insustituible; y, de hecho, muchos sacerdotes y religiúsos encontraron en esa sabiduría secular codificada el camino de fidelidad a sus compromisos, y de santidad, en no pocos casos. Con el tiempo, sin embargo, ese sistema sacral tradicional se había ido convirtiendo CUADERNOS FRANCISCANOS I JULIO/SEPTIEMBRE 2006 • N• 155 ••• • 1
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