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sean uno, como Tú, Padre, y yo somos uno, para que el mundo crea" (Jn 17, 21). Esta exigencia de integración personal y comunión con Dios y con los otros es la clave, se podría decir, de la pedadogía divina en la Biblia, a través de los profetas, especialmente de Isaías, resume toda la experiencia cristiana, y se plantea hoy como la condición indispensable para una nueva fecundidad apostólica, y un nuevo desafío. Hoy menos que nunca es admisible una dicotomía entre oración y vida, entre lo que se vive y lo que se celebra, porque lo que se celebra es la vida. Ya hemos apuntado algunas de las causas de esta posible distorsión, muy frecuente, por los demás, y que, en general remiten a toda la problemática de la fe, a una concepción demasiado mágica de los sacramentos y de la oración misma y una falta de conciencia crítica. Si los cristianos, y en particular los "profesionales" del Evangelio, abandonan o subestiman lo que constituye una exigencia esencial de su fe, la oración y la contemplación, la adoración y la celebración de lo que están viviendo, de lo que hace su propia vida, su mensaje acabará diluyéndose en una prédica fría y distante, en unos casos, o en una relectura política del Evangelio, en otros, y su actividad en un activismo sin trascendencia. Ha sucedido también en los últimos años que numerosos laicos cristianos, incluso religiosos, se han refugiado en determinados grupos o movimientos con un fuerte acento «> e • • • ESPIRITUALIDAD Y FORMACION carismático en sus orígenes, pero sin una dimensión explícita de compromiso, y que están experimentando un rápido desgaste, tal vez por haber propiciado una espiritualidad demasiado intimista y por haber sacralizado y, en algunos casos, absolutizado determinadas mediaciones. En cualquier caso, la alternativa no puede ser más que una: superar las alienaciones de la fe en cualquiera de sus formas, y recuperar una "vida de oración" que sólo es posible en un contexto de creencia y experiencia de fe como encuentro interpersonal; porque a la estructura de la fe cristiana pertenece el ser esencial relacional. Como nunca hoy el cristiano, y especial– mente tal vez el sacerdote y el religioso, están a la búsqueda de espacios de encuentro y comunión, ámbitos de libertad para el cultivo de la amistad y la intimidad, la celebración y la adoración; y, nuevamente, se trata de una profunda exigencia de humanización e integración que hagan posible una fe adulta. Y, en el fondo, de una búsqueda de sentido para la propia vida, o una salvación propia. Sólo es posible una oración verdadera y que se convierta en vida desde la verdad y la profundidad de nuestra propia existencia concreta y real, y la del mundo que nos rodea. El director de los EED insiste en la necesidad de "salvarse a sí mismo", es decir, enfrentarse críticamente consigo mismo hasta desnudar la propia intimidad, celosamente revestida con todos los artificios

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