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Fr. Camilo Luquín, ofm.cap. cada vez mejor definidas y vividas desde el Evangelio y en el Espíritu de Jesucristo. Es evidente que existe todavía una crisis de oración y contemplación en la vida cristiana y religiosa, a pesar de los progresos realizados; pero las tendencias actuales apuntan hacia una recuperación de los valores espirituales del hombre, la interioridad y la gratitud; y, concretamente, por lo que se refiere a la vida religiosa, el "ocio santo" de la actividad contemplativa, el retiro y la soledad. La sensibilidad del hombre contem– poráneo hacia los problemas humanos de nuestro tiempo y hacia las situaciones de injusticia, explotación y marginación de amplios sectores de nuestra sociedad; la creciente laicización de nuestra cultura y de los criterios de valoración de la realidad, como de nuestro estilo de vida; los avances tecnológicos y los fermentos revolucionarios surgidos como reacción frente a las nuevas formas de colonialismo y explotación, no menos crueles que las antiguas (baste recordar al respecto las dramáticas impli– caciones de la deuda externa de los países del Tercer Mundo), que no han dejado indiferentes a amplios sectores de la Iglesia en los últimos años y que han contribuido, sin duda, a una desestima, al menos en la práctica, de la oración y contemplación, como si se tratara de actividades ociosas, cuando no de superestructuras alienantes; y no se puede negar que no pocas veces lo fueron. El criterio de validez para la acción en nuestro mundo actual no es otro que la eficacia; y no pocos hombres de Iglesia se sienten acomplejados, y tal vez íntimamente frustrados, al comprobar día tras día la prodigiosa eficacia y los milagros de la ciencia y la técnica, que están "transfor– mando la faz de la tierra" (GS 5), mientras que su denodado accionar apostólico apenas obtiene resultados visibles. Por otro lado, los cantos de sirena de las excelencias de la "ciudad secular", y el impacto, incluso el entusiasmo, suscitados por el nuevo humanismo y las teologías de las realidades terrenas a partir del Concilio dejaban de alguna manera descolocados a los valores propios de la dimensión espiritual del hombre, la oración y la contemplación, como actividades gratuitas e inútiles. Y es justamente la experiencia y ejercicio de la gratuidad, la interioridad, la "actividad" contemplativa, la adoración, y una búsqueda de nuevas formas de relación y encuentro, más allá de lo instrumental y funcional, lo que muchos están añorando y tratando de encontrar ahora; tal vez como fruto del aislamiento y el desamparo con que acaba enfrentándose el hombre, y con mayor razón el hombre religioso, volcado hacia afuera de una manera tan excéntrica y disociadora como la exigida por nuestro estilo de vida y nuestra cultura. Por lo que se refiere al hombre religioso, se trata en el fondo de una exigencia de integración y comunión en respuesta a la súplica del Señor Jesús que es como la última y más íntima expresión de su voluntad para sus discípulos, al final de su vida: "Que CUADERNOS FRANCISCANOS I JULIO/SEPTIEMBRE 2006 • N 9 155 • 411,)

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