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ESPIRITUALIDAD Y FORMACION CUADERNOS FRANCISCANOS JULIO/SEPTIEMBRE 1998 Nº 123 Cuando a un religioso o religiosa se le nombra formador, se pone inmediatamente a pensar qué tiene que hacer. Supone que debe notarse su presencia. Tal vez pocos piensan que su importancia estriba preci– samente en su capacidad de pasar desaper– cibido, de hacer el bien desde el último lugar. La tarea que nos pide el Evangelio es la de fraternizar. Y a ser hermanos sólo se aprende viviendo como hermanos. Lo nuestro, lo de todo cristiano, es ser hermanos, discípulos del único Maestro, condiscípulos. Si el formando ha de ser sujeto, también el formador ha de ser sujeto, para que se produzca el diálogo sujeto– sujeto. Sin tal diálogo, estaríamos fuera del plan de Dios. La función del formador se describe como la del acompañante o compañero, en su sentido etimológico. Compañero: el que comparte el pan con el otro en un mismo camino. Es el gesto amistoso, que significa compartir la búsqueda, las dificultades y los éxitos del camino, compartir la vida, convivir no sólo espacialmente, sino con afecto. (No necesariamente ha de ser un afecto sentimental, ni hay que caer en sensiblerías). El formador es un testigo de su experiencia de misericordia por parte de Dios. Si olvida la misericordia para inclinarse a favor de la ley, optará por la tradición farisaica, contra la que tanto luchó el mismo Jesús. DEJARSE ACOMPAÑAR 17. A estas tres características del acompañamiento personal, yo añadiría otra Hno. Carlos Bazarra ofm.cap. complementaria desde el ángulo opuesto. Porque siempre acentuamos la necesidad de acompañar a los jóvenes. Pero el formador también es un ser humano, y necesita compañía, no sentirse solo. No me refiero ahora al apoyo de un equipo de formación, ni el apoyo que los Superiores lógicamente le brindan. Esto es bueno y necesario, pero sin constituirse en un bloque defensivo frente a los formandos. Los formadores y superiores a veces viven conciencia de clase, lo mismo que los formandos, lo cual no es siempre evangélico. La lucha de clases no favorece la fra– ternidad. A lo que me refiero es que el formador, siendo acompañante personal de los formandos como personas, con sus problemas, inquietudes, ilusiones, y que los formandos me escuchen y me comprendan. Algunos piensan que esta bidi– reccionalídad es peligrosa, en cuanto que los forniandos no están capacitados para comprender y a~esorar a una persona mayor, y que podría ser contraproducente y hasta tal vez escandaloso. Al criterio del formador hay que dejar el discernir lo que es oportuno o inconve– niente poner en común con los formados, pero no cabe duda de que el formador debe dejar a un lado el "personaje", la máscara, el presentarse como una persona aséptica, fría, y ofrecer la vertiente auténtica de su persona. Pienso que este acompañar y dejarse acompañar bien entendido ayudará enormemente a la maduración del grupo, a crecer como personas y también como fraternidad. Es preciso recuperar una

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