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Hno. Carlos Bazarra ofm.cap. espiritualidad que no sea individualista, sino también una espiritualidad de comunidades. LA PERSONA Y LOS REGLAMENTOS Ya terminando esta disquisición en voz alta, quiero referirme a la "Ratio forma– tionis" o a los Reglamentos de formación. No se puede descartar cierta necesidad de los mismos, la Santa Sede los exige, y todas las Congregaciones los han elaborado. Pero quiero hacer una llamada de alerta. Todo reglamento es ambiguo en el ámbito de la formación, porque tiende a generalizar y a no captar las circunstancias concretas que se pueden dar. Si la condición d«:!l cristiano es estar liberado de la Ley (Rm 7, 6), no veo por qué los religiosos hemos de ir contra corriente, lo que sería ir contra el Evangelio. Formación es encuentro, es acompaña– miento personal, es comprensión, es misericordia. Y cuando digo misericordia, rechazo que se confunda con alcahuetería, encubrimiento de los fallos y pecadcs de los formandos. ESPIRITUALIDAD Y FORMACION CUADERNOS FRANCISCANOS JULIO/SEPTIEMBRE 1998 Nª 123 Un reglamento puede ser una escapatoria al desafío de salir al encuentro del otro en su propio terreno. Es una excusa para no tener que discernir, para evitar el diálogo a nivel existencial, para tener siempre a mano el pretexto: "lo manda el reglamento, lo imponen los estatutos, ya no depende de mí''. Cuando se cae en esa situación, en la que el formador va parapeteado con un Reglamento acorazado, entonces se pierde la condición de formador para convertirse en un policía. La exigencia de un código se manifiesta frecuentemente en quienes se sienten inseguros y carecen del arte de la delicadeza, imprescindible en quien debe ser formador o formadora. El formador tiene que ser una persona libre y liberadora, dócil al Espíritu, fraterno, compañero, capaz de captar en cada persona esa semilla única depositada por el Padre y hacerla crecer. Nada de copias ni duplicados. El Reglamento tiende inexorablemente a la producción en serie, a despersonalizar. Estamos fuera del proyecto del Reino de Dios.