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Miguel Anxo Pena González Salmanticensis 71-1 (2024) 155-165, ISSN: 0036-3537 EISSN: 2660-955X 156 Emmos. Sres. Cardenales, Excmo. y Rvdmo. Sr. Nuncio de Su Santidad en España Excmos. y Rvdmos. Sres. Arzobispos y Obispos, Excmo. y Rvdmo. Sr. Gran Canciller de la Universidad Pontificia de Salamanca, Excmo. y Magnífico Sr. Rector, Hno. Ministro Provincial de los Capuchinos de España, Excmos. y Magníficos Sres. Rectores, Excelentísimas e Ilustrísimas Autoridades académicas, civiles y militares, Sras. y Sres. claustrales, Profesores y alumnos, Miembros del Personal de administración y servicios, Hermanos todos: Vivimos en un mundo en el que no resulta habitual hablar bien de las personas y, precisamente, eso es lo que hemos venido a hacer hoy. Una laudatio o elogio siempre debe resultar fácil de hacer en la medida en que, por definición, se realiza en honor de quien reúne infinitamente más méritos que quien intenta su alabanza. Necesitamos recuperar arquetipos de hombres cuya nobleza de espíritu marquen la diferencia, que nos proyecten hacia una forma de vivir que sea hondamente humana, que sean reflejo de la excelencia y del rechazo de la mediocridad. Creo que esto confluye, de manera particular, en la persona del Emmo. Cardenal fray Seán Patrick O’Malley, OFMCap. En él se hacen vivas unas palabras que escuché hace ya muchos años: “el franciscano es, ante todo, caballero”. Pero la caballero- sidad tampoco parece que esté de moda, aunque todos somos conscientes de que su presencia hace que las cosas resulten más fáciles y agradables. Esto es, justa- mente, lo que Cervantes ponía en boca de D. Quijote al afirmar: “que la cosa de que más necesidad tenía el mundo era de caballeros andantes” 1 . Y lo hacía recu- rriendo a la ironía, como medio adecuado y oportuno para no caer en la vanidad o en la hipocresía. Ante esta situación me embarga el afecto y admiración que profeso por él, también por compartir vocación y familia. Agradezco, por lo mismo, a la Univer- sidad el honor que me ha otorgado, pues me corresponde la tarea de condensar, en pocas palabras, su excelencia doctrinal y pastoral, aquella que le hace mere- cedor de la más alta distinción académica. 1 Miguel de Cervantes, Don Quijote , parte I, VII, 2.

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