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UNA INTROSPECCION En uno de sus típicos gestos proféticos, Juan XXIII golpeó a la opinión pública internacional anunciando que iba a tener lugar un concilio ecu– ménico. ¿Golpe de intuición? ¿Una inspiración infusa? Con expresiones de sabor campesino, el Papa Juan, había dicho que era preciso abrir las ventanas; quizás el oxígeno, en el interior, estaba muy enrarecido. Había que mirarse en el espejo y ver qué hacer para eliminar las arrugas: el rostro de la Iglesia tenía que aparecer juvenil como el propio rostro de Jesucristo. El Papa Juan tomó el tren, salió de Roma y, atravesando las clamorosas ciudades italianas, llegó a Asís y se postró ante la tumba del Hermano Francisco. Extraño gesto. Se trataba de la inauguración oficial del Concilio Vaticano II. ¿Por qué no fue a arrodillarse ante ,el sepulcro de Pedro, piedra fundamental de la Iglesia? Los carismáticos, siempre intuitivos, hablan con gestos, no con palabras. Y el Papa Juan, con ese gesto, quería expresar que aquellos ideales que él quería despertar en la Iglesia eran los mismos que Francisco había despertado y vivido. Hubo quien en ese viaje papal acrecentó... aquellos ideales que estaban sepultados, juntamente con su cuerpo, bajo la triple basílica de Fray Elias. El 21 de octubre de 1962, se abría solemnemente el Concilio bajo un interrogante que parecía la única preocupación: Iglesia ¿qué dices de ti misma? Los obispos comunican al mundo su deseo de que "brille la faz de Jesucristo". Pasaron los años, uno tras otro. Se sucedieron las discusiones. Alter– naron las satisfacciones con las insatisfacciones. Se entregaron los docu– mentos. A veces paredan predominar los progresistas. Los conservadores pasaban a roncar después. Los periodistas cubrieron las informaciones. Y en medio de toda ,e:eta algarabía, una sola pregunta: Iglesia ¿qué dices de ti misma? Este es el clima en el cual nació el Cefepal. ..SI SABEMOS BUSCARLO, VOLVERA'" Esa zambullida de la Iglesia en las profundidades de su conciencia, había impresionado a las instituciones eclesiásticas y las habf.a puesto en pie para el mismo trabajo: el de la introspección. Los obispos por un lado, los sacerdotes por el otro, todos se preguntaban ¿qué dices de ti mismo? ¿Quién soy? El 28 de octubre de 1965 el Concilio entregó a los religiosos un Decreto con un muy sugerente encabezamiento: "Decreto de adaptación y renova– ción de la vida religiosa". En el documento había dos requerimientos fun– damentales: primero, regresar a las fuentes, para reeditar y releer la inspi– ración original de los institutos. Y segundo; adaptar esa espiritualidad a las situaciones cambiantes. Las diferentes familias se lanzaron a la doble tarea. Los primeros pasos fueron vacilantes y tímidos, como siempre. Se decia que los documentos conciliares no son una doctrina acabada sino una invitación. No un postre sino un aperitivo. No una meta sino un camino para seguir avanzando• hacia dentro en la sustancia del misterio eclesial. Y asi, abundaron reflexio– nes teológicas sobre la vocación religiosa. -4-
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