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Cardenal Seán Patrick O’Malley Salmanticensis 71-1 (2024) 167-182, ISSN: 0036-3537 EISSN: 2660-955X 170 mayoría de los casos no tienen patrocinadores ni promesas de un destino seguro. Pero muchos han encontrado un amigo, un pastor, una voz de conciencia y un defensor incondicional en el obispo de Roma, él mismo hijo de padres inmigrantes y ahora en el centro mismo del debate global sobre la política de inmigración. El ministerio del Santo Padre en favor de los inmigrantes implica tres contribu- ciones: su presencia entre ellos; su enseñanza sobre ellos; y finalmente su defensa. Su pertinaz ministerio de presencia entre los migrantes comenzó temprano en su pontificado. En 2013, solo unos meses después de asumir la Cátedra de Pedro, el Papa Francisco hizo su primer viaje fuera del Vaticano. No fue a una importante ciudad italiana ni a una importante capital europea. El viaje fue a Lampedusa, la pequeña isla que, de hecho, sirve como estación de tránsito para migrantes y re- fugiados que salen de África con la esperanza de ingresar a Europa. Allí, en medio de “personas en movimiento”, ya sea por elección o por coerción, el Papa Fran- cisco pronunció una frase que ha utilizado varias veces durante la última década. Ante una catástrofe verdaderamente global, criticó “la cultura global de la indife- rencia” que enfrentaban quienes esperaban acceso y acogida en el Norte Global. Lampedusa fue la primera de estas visitas papales; se complementó un año des- pués cuando Francisco, acompañado por el Patriarca Bartolomé de la Iglesia Or- todoxa y por el arzobispo de Canterbury, visitó Lesbos, otro lugar lleno de familias en busca de rescate. Su ministerio de presencia no siempre se ha llevado a cabo viajando. El Papa Francisco se ha asegurado de que, en momentos clave, su agenda diaria dentro del Vaticano incluya y reconozca a personas y familias que tienen estatus de migrantes o refugiados. Además, en sus viajes a diversos países, Francisco dedica tiempo a visitar campos de refugiados o centros de acogida. Su ministerio de presencia tiene un doble propósito: demostrar lo que Fran- cisco a menudo llama una cultura del encuentro, dándole la oportunidad de ex- presar apoyo y aliento pastoral, directamente y en persona; y utilizar la capacidad única de su posición como obispo de Roma para permitir que los medios globales recuerden a un mundo observador el estatus de los migrantes y refugiados y la prioridad que tienen en este papado. La presencia de una visita papal, aunque solo dure unas horas, afirma la dignidad de aquellos con quienes Francisco busca estar e invita a ciudadanos y funcionarios de países de todo el mundo a dar la bienvenida a quienes Francisco apoya y por quienes habla. En un último ejemplo de recordatorio al mundo, Francisco encargó un monumento ahora ubicado en el Vaticano que representa y honra a inmigrantes de varias culturas, llamado “Án- geles sin saberlo”.
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