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Cardenal Seán Patrick O’Malley Salmanticensis 71-1 (2024) 167-182, ISSN: 0036-3537 EISSN: 2660-955X 168 Excelentísimo y Magnífico Señor Rector, Excelentísimas e Ilustrísimas Auto- ridades, Claustro de Doctores, Señoras y Señores, Hermanas y Hermanos: Paz y Bien. Permítanme comenzar mi discurso agradeciendo al Rector de esta histórica Universidad Católica el título honorífico que he recibido hoy. Conozco a otras per- sonas que han recibido este gran honor y estar en su compañía es un privilegio que aprecio profundamente. La Universidad Pontificia de Salamanca ha desempeñado un papel histórico, principalmente en España, pero también en el conjunto de Europa, dentro de la comunidad académica mundial y, particularmente, en su servicio a la Iglesia Ca- tólica. Entre sus muchas distintivas características está la contribución de Sala- manca al desarrollo del derecho internacional y la teología moral. Con esa contri- bución en mente, he elegido abordar un tema global apremiante de nuestro tiempo: la migración mundial de personas y el desafío que supone para Estados y organi- zaciones internacionales diseñar una arquitectura de inmigración generosa, hu- mana y efectiva para nuestro tiempo. Estar hoy en esta sala es recordar una época en la que el sistema internacional moderno estaba tomando forma en los siglos XVI y XVII. Es recordar el trabajo de los intelectuales españoles y, en particular, el trabajo de los eruditos dominicos, jesuitas y franciscanos que buscaban preser- var una visión moral y jurídica cuando gran parte de la atención en ese momento estaba determinada por intereses materiales y cálculos puramente políticos. Me presento hoy aquí, no como una voz académica comprometida, sino como un sacerdote, obispo y cardenal cuyo ministerio ha estado vinculado durante cin- cuenta años al cuidado de los migrantes y refugiados en los Estados Unidos. La Casa Blanca en Washington D.C. se encuentra situada en la calle dieciséis. Yo viví y trabajé durante veinte años en la calle dieciséis, pero en “el otro extremo” de esa calle, ejerciendo mi ministerio en el Centro Católico Hispano donde la mayoría de los feligreses eran indocumentados y prácticamente todos eran inmi- grantes hispanos en los Estados Unidos. Unos cincuenta años después, como ar- zobispo de Boston, me siento llamado por mi experiencia pastoral y por las expec- tativas de la comunidad católica a abordar la realidad, mucho más amplia y com- pleja, de la migración, y de las políticas de inmigración en el siglo XXI. De hecho, este es mi segundo discurso sobre este tema en el último año; el otro —similar— lo pronuncié en la Universidad Católica en Washington, D.C.

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