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Cardenal Seán Patrick O’Malley Salmanticensis 71-1 (2024) 167-182, ISSN: 0036-3537 EISSN: 2660-955X 180 El aspecto dominante de esta perspectiva es la esperanza. Soy realista, pero confío en la UE, sus Estados, sus ciudadanos y sus comunidades religiosas porque Europa ha conocido en su larga historia muchos episodios de “gente en movi- miento” a través de fronteras, mezclando culturas y compromisos religiosos, pero capaces también de construir unidad en países y Estados. Una de mis fuentes consultadas para este artículo comparó el vasto movimiento de personas dentro de Europa después de la Segunda Guerra Mundial y el movimiento de personas a nivel mundial en la actualidad. Sin duda, hay grandes diferencias en esta analogía, pero también hay verdades que analizar. Europa tiene experiencias y recuerdos que puede aprovechar para enfrentar el desafío de la migración actual. Los estadounidenses de mi época recuerdan la ansiedad que teníamos mien- tras observábamos y apoyábamos el proceso que comenzó con la destrucción ca- tastrófica provocada por la Segunda Guerra Mundial y siguió con la reconstrucción de culturas antiguas, primero dentro de cada país, luego en la Comunidad del Carbón y el Acero, más tarde en el Mercado Común Europeo y hoy en la Unión Europea. En aquellos primeros días de las décadas de 1940 y 1950, observando desde lejos, no había certeza de que una empresa tan histórica pudiera tener éxito. Aquellos de nosotros en la comunidad católica llegamos a conocer los logros de Robert Shuman, Alcide De Gasperi y Konrad Adenauer, pero también de Jean Monnet y luego de la siguiente generación de aquellos fundadores de la Europa moderna. Estos nombres y las instituciones que surgieron de su trabajo se convir- tieron en parte de nuestra historia a medida que las relaciones transatlánticas se desarrollaron y crecieron. La historia de Europa pasó a formar parte de nuestro sentido de pertenencia a una gran sociedad. Sin duda, los desafíos a los que nos enfrentamos como Iglesia y en el mundo de nuestro tiempo son diferentes en tipo, alcance y complejidad. Europa recons- truyó un continente. Muchos de los problemas que enfrentamos hoy tienen un al- cance verdaderamente global. Las Naciones Unidas, también una creación de esa época, han tenido que recorrer un camino más complejo que el que ha atravesado la UE. Durante la Segunda Guerra Mundial vimos a la institución de la guerra alcanzar su apogeo de destrucción en Londres, Rotterdam, Dresde y, finalmente, Hiroshima y Nagasaki; hoy el potencial de destrucción —la sombra de un con- flicto nuclear— se multiplica por miles. Los países de la UE han construido una economía moderna próspera. Hoy en día, a pesar de los importantes avances en la lucha contra la pobreza absoluta, nuestro mundo todavía enfrenta grandes dife- rencias en los niveles de vida y el desarrollo económico.

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