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211 el estilo, de Santa Teresa no era de oro, sino de ala de águila. Del ala del águila de San Juan, la que mira el sol cara a cara. Así como los sabios escriben con pluma del ala de lechuza de Minerva, la que ve en lo oscuro, pero se ciega en lo claro.» 16 Qué contraste tan para ser ponderado. Los sabios escriben, ayudados de Minerva, que vuela siempre entre luces de atardecer. Teresa de Jesús, con ojos de águila de SanJuan, mira al sol de Dios cara a cara. No cabe elogio mayor para quien toma en sus manos una pluma. Pero nada de esto, dirá el lector, nos habla de agonía. Y sin embargo, en este mar de lucidez y claridad, que es el alma de Teresa, Unamuno percibe esa agonía que, para él, es esencial al Cristianismo. ¿Dónde la ve Unamuno? Es claro que un primer mo– mento lo halla en las palabras que ha puesto por lema a su obra: «muero porque no muero». Un segundo momento lo hallamos cuando Unamuno recuerda el contraste en– tre todo y nada, lema que según él, acompaña siempre al místico y que él analiza en Santa Teresa. Por lo que hace al primer momento, al «muero porque no muero», tenemos que re– conocer que Unamuno ha sido muy parco en exponerlo. Dejando a trasmano alusiones de pasada, que no aclaran tan íntima vivencia, Unamuno se detiene a comentarla bre– vemente en La agonía del Cristianismo. Acude aquí a la exclamación teresiana en con– firmaciun del contraste que encierran las palabras de Jesús, al declararse a sí mismo «ca– mino, verdad y vida». Al escuchar estas palabras en la Iglesia griega ortodoxa de París, Unamuno medita entonces: «si no habrá contradicción entre la verdad y la vida, si la verdad no es que mata y la vida nos mantiene en el engaño. Y eso me hizo pensar en la agonía del cristianismo ... Y aquí estriba la tragedia. Porque la verdad es algo colectivo, social, hasta civil ... Y el cristianismo es algo individual e incomunicable. Y he aquí por qué agoniza en cada uno de nosotros». Es en este momento preciso cuando recuerda la jaculatoria de Santa Teresa. 17 Respetemos el intento probatorio que Unamuno cree hallar en el dicho teresiano para su tesis del contraste entre la verdad, siempre colectiva y social, y la vida, algo indivi– dual e incomunicable. Pero tenemos que reconocer que al dicho teresiano Unamuno lo hace descender de las alturas de la mística a nuestros avatares diarios. El místico lleva en sí la terrible dolencia de la agonía, pues el alma se siente escindida y desgarrada. Se debe a que el más allá atrae y fascina a esta alma inquieta que se siente aprisionada en el más acá, «en cárcel baja, oscura», según Fray Luis de León. No se trata, por lo mismo, como en el razonamiento unamuniano que terminamos de acotar, de pugna entre lo colectivo e individual, sino de algo mucho más hondo y profundo: de la llama– da de lo eterno al que vive en lo temporal. Mejor entrevé Unamuno este tema místico cuando recuerda que San Juan de la Cruz habla del «apetito de Dios». De este apetito comenta: «El apetito es ciego, dice el mís– tico. Pero si es ciego, ¿cómo puede creer, puesto que creer es ver? Y si no ve, ¿cómo puede afirmar o negar?» 18 Tanteando toca aquí Unamuno el misterio del alma místi- 16 Alrededor del estilo. O. C., VII, p. 888. 17 La agonía del Cristianismo. I. Introducción. O. C., VII, p. 308. 1 s Op. cit. VI. La virilidad de la fe. O. C., VII, p. 331.

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