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210 de entender y de vivir el Cristianismo. En máximo relieve se muestran estos dos modos distintos en estas palabras que dejó aquí escritas Unamuno: «Pascal, el hombre de la contradicción y de la agonía, previó que el jesuitismo, con su doctrina de la obediencia mental pasiva, de la fe implícita, mataba la lucha, la agonía, y, con ella, la vida misma del cristianismo». 12 Es indudable que los jesuítas han sido largos en el uso de la razón, para dar unos praeambuia fidez; capaces de rendir a toda mente con buena voluntad. Pero ni Pascal, ni menos Unamuno han querido saber nada de ese camino de la razón. Todavía hay que decir que Pascal en sus Pensées pone más de una vez la razón al servicio de la creen– cia. Unamuno, más radical, declara a la razón asesina de la fe. Nada, pues, de maravi– llar que el contraste entre estos dos modos de entender el Cristianismo, Unamuno los resuma en este severo juicio contra los jesuítas: «Esta gente trata de detener y evitar la agonía del cristianismo, pero es matándolo, ¡que deje de sufrir!, y le administra el opio mortífero de sus ejercicios espirituales ... ». 13 Pocas veces habrán recibido los famosos ejercicios ignacianos un ataque mayor. No nos toca ahora salir a hacerles justicia ante la frase desaforada de Unamuno. Pero ha quedado, por todo ello, bien patente cómo éste ve en la agonía íntima de la conciencia cristiana el verdadero y auténtico Cristianismo. 2) Veta «estilo Teresa de Jesús» La obra de Unamuno, La Agonía del Cristianismo tiene por lema el ansia mística de Teresa de Jesús: «muero porque no muero». Este lema, puesto por Unamuno en el frontis de su obra, nos habla de cómo éste piensa que el Cristianismo es agonía místi– ca en almas extraordinarias, como Teresa de Jesús. Ante esta veta mística con la que se topa Unamuno, anotemos en primer término la alta estima que éste tenía de los místicos. Esto sea dicho contra algún teólogo ultra– crítico que le achaca ojeriza contra los mismos. Ortega y Gasset, muy consciente del entusiasmo de Unamuno por los místicos, no acepta, sin embargo, que éste acerque entre sí a Descartes y San Juan de la Cruz, «frailecito incandescente», en frase orteguia– na, recogida irónicamente por Unamuno. 14 A esto hay que añadir que si San Juan de la Cruz atrae las simpatías de Unamuno, Santa Teresa suscita en él verdadero entusiasmo. No es cosa de comentar aquí la cano– nización que hace de ella en Vida de Don Quijote y Sancho, cuando escribe: «Y dio (Teresa de Jesús) en heroica locura, y llegó a decir a su confesor: '' Suplico a vuestra merced seamos todos locos, por amor de Quien por nosotros se lo llamaron" (Vida, capítulo XVI)». 15 Por lo que toca a sus dotes de escritora, no caben mayores laudes que los escritos por Unamuno. Este se siente obligado a protestar contra el dicho corriente que atribuye a Santa Teresa tener pluma de oro. «No, escribe textualmente Unamuno; la pluma, 12 Op. cit., O. C., VII, pp. 350-351. 13 Op. cit., O C., VII, p. 352. 14 Del sentimiento trágico. XI. El problema práctico. O. C., VII, p. 281. 15 Vida de Don Quijote y Sancho. Segunda parte, c. VI. O. C., III, p. 153.

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