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208 miento cristiano ha creído dar respuesta a esta tremenda antinomia, cuando concibe lo terreno en camino y proyección hacia lo eterno. Pues el hombre, al vivir lo terreno, puede y debe hallarse en «Camino de Perfección» hacia lo eterno. Pero esta solución, sencilla y luminosa del pensamiento cristiano, le pareció a Unamuno un capcioso sofis– ma apaciguador. El, en vez de buscar por esta vía un lenitivo a su conciencia desgarra– da, tomó más bien la vía opuesta, interpretando el desgarro del alma cristiana como agonía ineludible, lucha a muerte en el trasfondo de la conciencia. Parece Unamuno añorar a veces la serena beatitud clásica. Comenta en más de una ocasión el dicho de Lucrecio, exaltador de esta serenidad: «paccata posse mente omnia intueri». Pero tiene que confesarse a sí mismo que «aquel terrible poeta latino Lucrecio no vive más que una aparente serenidad y ataraxia epicúrea». 7 Más dilacerante es aún la situación del judío portugués, desterrado en Holanda, B. Spinoza, cuya Etica, ex– puesta con la serena frialdad de un tratado geométrico, es sin embargo, para Unamu– no. un desesperado poema elegíaco, eco lúgubre de los salmos proféticos. Culmen de esta Etica spinoziana es el amor intellectualis, fórmula la más feliz de un alma que ha superado toda escisión y desgarro. Y sin embargo, Unamuno cree percibir que en el fondo de tan bello cáliz está sedimentada la más desoladora desilusión. «¿Qué es eso de amor intelectual?», se pregunta Unamuno. Y responde con ironía: «Algo así como un triángulo enamorado, o una elipse encolerizada, una pura metáfora, pero una me– táfora trágica». 8 Al desenmascarar estos paliativos de aparente tranquilidad, Unamu– no se siente vinculado a la larga serie de grandes hombres que han sentido la vida como agonía: Marco Aurelio, Agustín, Pascal, Kierkegaard, L. Chestov, etc. Dijimos que pudo hallar en el pensamiento cristiano solución a su agonía íntima. Pero Unamuno, en vez de asirse a este pensamiento que echa puentes entre lo tempo– ral y eterno, rompió dolorido tales puentes. Esta dolorida ruptura nos la hace vivir Una– muno en este pasaje: «Ni, pues el anhelo vital de inmortalidad humana halla confir– mación racional, ni tampoco la razón nos da aliciente y consuelo de vida y verdadera finalidad a ésta. Mas he aquí que en el fondo del abismo se encuentran la desespera– ción sentimental y volitiva y el escepticismo racional frente a frente y se abrazan como hermanos. Y va a ser de este abrazo, abrazo trágico ... de donde va a brotar manantial de vida, de una vida seria y terrible». 9 Concluimos, pues, este breve análisis, anotando que Unamuno no sólo no hanega– do el desgarro de la conciencia cristiana sino que lo ha radicalizado hasta hacer de él una agonía, abrazo trágico, lucha incruenta que le hizo derramar, en graves momen– tos, lágrimas de sangre. ¡e) Vetas de la agonía cristiana 1 La palabra veta trae a la mente el lenguaje minero que tanto la pronuncia. Ante ella bien podemos recordar que el Cristianismo es una rica mina en la que incontables al– mas han buscado ricas vetas de alta espiritualidad. A algunas de estas vetas quisiéramos 7 Op. cit., V. Disolución racional. O. C., VII, p. 165. B Op. cit., X. Religión, mitología de ultratumba y apocatástasis. O. C., VII, p. 247. 9 Op. rit .. VI. En el fondo del abismo. O. C., VII, p. 172.
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