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207 ha hecho piedra el eterno lema agustiniano: «... inquietum est cor nostrum... ». Nos hallamos, pues, ante la inquietud cristiana frénte a la serenidad clásica. ¿Por cuál optar de estos dos mundos espirituales? La inquietante cuestión por el más allá, que atraviesa nuestra mentalidad desde los orígenes del Cristianismo, ha tenido su máxima palpitación en la obra de Hegel, La Fenomenología del Espíritu. Hegel ha percibido que la conciencia cristiana es una con– ciencia esencialmente escindida por hallarse siempre a caballo entre el Diesseits -lo de aquí- y el]enseits -lo de allá-. Esta escisión motiva que a la inquietud cristiana por el más allá la interprete como un desgarro inserto en lo más íntimo del alma cristia– na. Precisamente su obra va a tener por fin curar con medicina filosófica, este radical malestar de nuestra conciencia. Para lograr esta cura, señala las etapas ascensionales por las que la conciencia debe ir suhiendo en su vida mental hasta llegar al saber absoluto. Sólo por medio de este saber desaparece la radical escisión entre lo de acá y lo de allá en la unidad sustancial de todas las cosas en la Idea. La tensión entre lo inmanente y lo trascendente da paso al Espíritu Absoluto en su despliegue. La conciencia de que se inserta dentro de este Espíritu Absoluto deja de ser una conciencia desgarrada entre dos realidades separadas por una sima insalvable, para llegar a convertirse en una con– ciencia unificada que contempla y vive la unidad de todos los seres en el único Ser Ab– soluto: la Idea. ) Unamuno, sin aludir a la obra de Hegel que hemos comentado, percibe el problema del alma desgarrada dentro del protestantismo, problema que éste no supo resolver, según les objeta en este pasaje: «La que podríamos llamar "allendidad" ,jenseitigkeit, se borra poco a poco detrás de la "aquendidad", Diesseitigkeit. Y esto, a pesar del mismo Kant que quiso salvarla, pero arruinándola. La vocación terrenal y la confianza pasiva en Dios dan su ramplonería religiosa ... ». 6 Si el declinar de lo eterno hacia lo temporal dan un tinte de ramplonería al luteranismo, según piensa Unamuno, quiere ello decir que él tomó otra actitud ante el innegable desgarro del alma cristiana, tensa siempre entre lo tempo~al y eterno. ¿Cuál fue esta actitud? b) Agonía del alma cristiana Ante todo hay que afirmar que Unamuno nunca buscó paliativo al hecho del desga– rro del alma cristiana. Y menos buscó para él curas sofisticadas. Veremos más tarde que a su vera, en el bisbiseo del rezo de sus seres queridos, percibió el único lenitivo eficaz para el intranquilo desasosiego del alma cristiana. Pero este lenitivo, propio de las almas sencillas y veraces con Dios y consigo mismas, ni él era capaz de compartirlo, ni le parecía posible que fuera compartido con una conciencia acosada por los grandes. saberes que hoy día alejan de Dios. Efectivamente, estos saberes insisten en hacer ver la imposibilidad de vivir en dos mundos: el terreno y el eterno. Es verdad que el pensa-· 5 G. W. F. Hegel, Phanomenologie des Geistes. F. Meiner. Hamburg, 1952. Ya en la Vorrede hallam¿_[ este texto tan sintético y significativo: «Er (der Geist) gewinnt seine Wahrheit nur, indem er in der absolu– ten Zerrissenheit sich selbs fi'ndet» (p. 30 -el subrayado es nuestro-). Sobre tema tan estudiado baste citar el autorizado ensayo de J. Wahl, Le malheur de la conscience dans la philosophie de Hegel. P. U.F.. París, 1951. 6 Del sentimiento trágico de la vida. IV. La esencia del catolicismo. O. C., VII, p. 149.

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