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206 <lamente estudiada en mi ensayo, Unamuno y Dios. 3 En este estudio llegué a la con– clusión de que si Unamuno no aceptó entonces al Cristianismo en plenitud, sí hizo del tema religioso, y más en concreto del Cristianismo, uno de los centros primarios de su vida mental. Cierto que desde el' año de la crisis de 1897 al de su muerte en 1936 pasan casi cuarenta años. Años de lucha tensa no sólo exterior, sino más aún interior. Tan largos y agitados años no pueden mantener una sincronía perfecta. De hecho, en el aspecto religioso se dan matices diferenciales que cristalizaron en tres de sus obras: Diario Intimo, El Cristo de Velázquez y San Manuel Bueno, Mártir. Sin embargo, pese a estos matices diferenciales, parece que puede estudiarse a Unamuno desde una pers– pectiva sincrónica, que abarque los cuarenta últimos años de su vida. Al menos, por lo que toca a su vida íntima religiosa. En efecto, un clima semejante traspiran los escri– tos de Unamuno durante estos largos años. Este clima semejante, por lo que hace al Cristianismo, desearíamos aclarar en este ensayo. 1. El Cristianismo como «agonía» Innecesario pudiera parecer, pero es al mismo tiempo ineludible, tener que advertir que la palabra «agonía» se entiende aquí en sentido típicamente unamuniano, es decir, en su raigambre clásica, siguiendo la tendencia del mismo Unamuno, que tanto gusta– ba de recrear nuestro vocabulario desde las_ matrices del mismo: el griego y el latín. Ahora bien, la semántica griega en torno a la palabra «agonía» nos habla de lucha y combate, de forcejeo y pugilato. Nos recuerda, sobre todo: a los atletas que pugnan en el circo. En nuestro lenguaje usual se aplicó la palabra a la última lucha entre la vida y la muerte. Y «agonía» vino a significar lo que acaba, lo que se halla ya mori– bundo." Sólo un malentendido -peor si ha sido malévolo- ha podido acusar a Mi– guel de Unamuno de haber creído que el Cristianismo estaba para expirar. En su mente el Cristianismo estaba, no para expirar, sino para inflamar, conmover y potenciar. Pero siempre en «agonía», siempre en lucha en los hombres y en los pueblos. Es esta agonía del Cristianismo, vista por Unamuno la que ahora quisiéramos exponer aquí. a) Serenidad clásica e inquietud cristiana Bastaría ponernos, aunque sólo fuera en imagen, ante el Partenón de Atenas y de una Catedral gótica, para advertir que estamos ante mundos netamente dispares. El título de esta sección lo pone ya en relieve. Ante el Partenón sentimos que nos invade la serena placidez del mundo clásico que halló en la perfecta mesura de este templo su máxima expresión. A su vez, la Catedral gótica transparenta el espíritu medieval, tenso hacia el Infinito. En las torres de sus catedrales el alma cristiana de la Edad Media 3 E. Rivera de Ventosa, Unamuno y Dios. Encuentro. Madn'd, 1985; pp. 109-151: Capítulo IV, La llama– da de Dios a M. de Unamuno. Apareció anten·ormente bajo el título: Crisis religiosa de Unamuno en su retiro de Alcalá, en Cuadernos de la Cátedra Miguel de Unamuno XVI-XVIII (1967), pp. 107-133. 4 En el Prólogo a la edición española de Lá agonía del Cristianismo es muy explícito sobre este tema cuan– do escnbe: « Y no quiero cerrar este prólogo sin hacer notar cómo una de las cosas a que debe este libn'to el halagüeño·éxito que ha logrado es a haber restablecido el verdadero sentido, el onginario o etimológico de la voz «agonía», el de lucha. Gracias a ello no se confundirá a un agonizante con un muriente o mon·– bundo». O. C., VII, p. 306.

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