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229 declarado de la razón no fue capaz de prescindir de ella ante los misterios que la fe le presentaba. En vez de atenerse sólo a ésta, se apesadumbraba de que la razón suscita– ra objeciones. Y hasta negara y riera lo más entrañable de la misma. Un pasaje autobiográfico en la primera de sus novelas, Paz en la g_uerra, da bien a entender esta su actitud. He aquí lo que escribe sobre Pachito Zabalbide, réplica del mismo, según opinión de sus comentadores: «Seguía a la vez trabajando en su fe, preo– cupándole más que otra cosa el dogma del infierno, el que seres finitos sufrieran penas infinitas. La labor de racionalizar la fe, íbala carcomiendo, despojándola. de sus formas y reduciéndola a sustancia y jugo informe». 78 No se puede dar mejor a entender la la– bor de zapa que tantas veces realiza la razón contra la fe. Unamuno no fue capaz de superar esta labor de zapa de su razón. Otra vez se halla ante nosotros la tragedia más íntima de Unamuno. A. Zubizarreta, el investigador peruano que descubrió el Diario Intimo y lo comentó con agudeza, se atreve a afirmar que esta situación de lucha interna que tiene lugar en el alma de Unamuno es la noche oscura del hombre de hoy. 79 Como Unamuno, éste siente la necesidad de una fe en la que anclar sus mejores esperanzas. Pero la ra– zón, esa razón moderna tan pretenciosa frente a los misterios de la fe, ha erigido un tribunal de crítica, «nueva inquisición de la ciencia» la llama Unamuno. 80 La fe es un caminar «a media luz». Todo creyente tiene experiencia de ello. Y excep– to en las altas experiencias místicas donde Dios se hace sentir presente al alma contem– plativa, todos los demás tienen que hacer su viaje espiritual como ciegos menesterosos del cayado de la fe. Siempre por una senda «a media luz». Sin embargo, pese a que el creyente tiene que hacer su camino «a media luz», man– tiene una fiºrme esperanza. San Pablo reiteradamente la exige a sus fieles. El mismo la vive intensamente y quiere que se viva. Pero Unamuno se halla aquí de nuevo entre lo que con su razón piensa y lo que anhela con toda su alma. Esto motiva que cuando la razón hace sentir los impactos de su pretenciosa ciencia, la esperanza de Unamunol vacila y comenta esta su desdicha diciendo: «Con recuerdos de esperanzas/ y esperanzas de recuerdos/ vamos matando la vida... » 81 Otras veces, algo más optimista, escribe: «Con recuerdos de esperanzas... y esperanzas de recuerdos ... voy haciéndote, alma mía». 82 Tan sólo en la placidez de su hogar podía leer en blancas letras: «Firme esperanza». 83 Esta firme esperanza hogareña Unamuno la vigoriza aún más, mirando al Cristo blanco, pintado por Diego Velázquez. A él se dirige y le pide: «Sé pan que el hambre nos azuce; sé vino que enardezca la sed de nuestra boca ... De nuestras almas, pobres orugas, saca 78 Paz en la guerra. O. C., JI, p. 127. 79 Armando Zubizarreta, Unamuno en su nivola. Madrid, 1960; p. 276. so Del sentimiento trágico. XI. Conclusión. O. C., VII, p. 286. 81 Recoge estos versos M. García Blanco en el prólogo al vol. XIV, p. 287 de Obras Completas, ed. Afro– distó Aguado. s2 Poesía. Cancionero. Diario Poético, n. 166. O. C., VI, p. 1002. 83 Poesía. Incidentes afectivos. Para el hogar. O. C., VI, p. 292.

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