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226 No se olvide, por otra parte, que Unamuno ve siempre en la razón un elemento di– solvente que aboca ineludiblemente al nihilismo. Así acaece en el máximo idealismo, el de Hegel. Sería muy largo comentar ahora esta actitud de Unamuno que, por otra parte, nos es ya conocida. Por este motivo nos limitamos a acotar y comentar uno de esos pasajes sintéticos, muy característicos de este pensador, quien no tuvo tiempo o la serenidad necesaria para hacer de ellos un grueso libro, altamente aleccionador. He aquí el texto a que nos referimos: «El proceso del Cristianismo se debió a las enseñanzas de Cristo ayudadas providencialmente por la filosofía helénica. Si los profetas de Israel fueron los anunciadores del Mesías, la filosofía helénica fue preparación humana a la recepción de los sagrados misterios. El culmen de la filosofía helénica es el egnoci se autón del templo de Delfos». 69 Después de tanto como se ha escrito sobre la formación del pensamiento cristiano no es fácil hallar mejor síntesis que la breve que aquí nos da Unamuno. Con los mejo– res historiadores piensa justamente que la filosofía helénica vino a ser una excelente preparación del Cristianismo, como los profetas bíblicos sus mejores anunciadores. La filosofía helénica culmina en el conocido oráculo de Delfos: «Conócete a ti mismo». Pero Unamuno reflexiona ulteriormente sobre este oráculo para afirmar: «Hay algo más que conocerse, que obrarse (o llevar a cabo su obra) y que amarse, y es serse. Sete · a ti mismo, sé tú mismo, y como eres nada, sé nada y déjate perder en manos del Señon>. 70 Pocas veces Unamuno nos parece más genialmente sintético. Años más tarde X. Zu– biri afirmará que la reli'gión de Israel y la metafísica griega son dos productos gigantes del espíritu humano -queda aparte el tercero, el derecho romano, que ahora no hay por qué recordar-. El haberlos absorbido en una unidad radical y trascendente consti– tuye una de las manifestaciones históricas más espléndidas de las posibilidades internas del Cristianismo. 71 Unamuno preanuncia en este pasaje a Zubiri, al mostrar cómo lo mejor de la filoso– fía griega y de la religión de Israel se dan la mano en el Cristianismo. De lamentar es que Unamuno no haya mantenido siempre esta alta estima que manifiesta aquí de la filosofía, y más en concreto, de la filosofía griega. Pero si es cierto que esta valoración del filosofar no lo mantiene, sí creemos que es constante en su convicción de que sobre el conocerse a sí mismo de la filosofía helénica está el serse, la fidelidad a sí mismo. Fidelidad que sólo se puede mantener, dado que somos nada, si nos dejamos perder «en manos del Señor». Nos atrevemos a decir que en esta breve fórmula, que terminamos de subrayar, Una– muno nos da lo que opina sobre la esencia del Cristianismo. Y hay que decir que con gran acierto. En verdad, si comparamos esta breve fórmula con el texto que hemos citado de R. Guardini, advertiremos que ambos subrayan que el Cristianismo no es una ideología, ni una mera doctrina moral, sino que es ante todo 69 Op. cit. Cuaderno Segundo. O. C., VIII, p. 871. 70 L. cit. 71 X. Zubiri, Naturaleza, Historia, Dios. Edit. Nacional. Madrid, 1965; p. 5.

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