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225 veces en una auténtica dimensión humana. Es uno de los encantos más preclaros de su obra. Sobre todo de su obra más creadora, de su obra poética. 4. La esencia del Cristianismo Hicimos notar en el apartado anterior lo hostil que fue la Ilustración con el Cristia– nismo y el cambio de signo que tuvo lugar en la época romántica viendo en él la máxi– ma fuerza histórica de nuestra civilización occidental. Surge entonces por exigencias de esta misma valoración la pregunta por la esencia del Cristianismo. La pregunta se formuló especialmente desde el desarrollo interno de la teología protestante liberal, puesta en marcha por Schleiermacher; desde el idealismo trascendental de Hegel; y hasta desde la concepción materialista de Feuerbach. Los teólogos católicos de este siglo, como K. Adam, R. Guardini y M. Schmaus, han tomado plena conciencia del desafío que para el Cristianismo significaba esta pregun– ta. Y ante las respuestas de una y otra banda han intentado clarificar esta gran cues– tión. Para el propósito de este estudio baste recoger esta síntesis meditada de R. Guar– dini: «El Cristianismo no es, en último término, ni una doctrina de la verdad ni una interpretación de la vida. Es esto también, pero nada de ello constituye su esencia nu– clear. Su esencia está constituida por Jesús de Nazareth, por su existencia, su obra y su destino concretos; es decir, por una personalidad histórica». 66 ¿Qué pensó M. de Unamuno de este gran tema que le salía al paso en sus largas meditaciones religiosas? Es innegable que aquí Unamuno siente el impacto de la teolo– gía protestante. A. Harnack y A. Ritschl los tiene a su vera. 67 Y sin embargo, pese a lo mucho que los utiliza en la historia del dogma cristiano, no se atiene a ellos en la gran cuestión sobre la esencia del Cristianismo. En un capítulo central de su obra, Del sentimiento trágico cuestiona cuál sea la esencia del catolicismo. Lo enfrenta en esta ocasión con el protestantismo. Sobre ello volveremos muy luego, pues ahora interesa percibir directamente su interpretación de la esencia del Cristianismo. De lo cual no hace capítulo aparte, pero se halla continuamente presente a su espíritu. Se da en su vida íntima una circunstancia en que este tema invade su conciencia, sin formular explícitamente pregunta alguna. Nos referimos al momento en que escri- . be su Diario Intimo. Al escribirlo su espíritu se pone tenso entre lo que juzga que es esencial al Cristianismo y la interpretación de cuantos, ante este gran hecho histórico, han hecho uso exclusivo de su razón. Es, en efecto, el racionalismo, sobre todo en su vertiente idealista, el que juzga máximo enemigo del Cristianismo y su más denigrante falsificador. Bien lo transparenta este texto que leemos en el Diario: «Los que más per– siguieron a Jesús y aquéllos contra quienes más dirigió sus invectivas fueron los fariseos, que creían en la resurrección de la carne, los idealistas de entonces, y no contra los sa– duceos. El idealismo enerva y es más soberbio que el positivismo». 68 66 R. Guardini, La esencia del Cristianismo, trad de F. Gonzá/ez Vicen. Madrid, 1945; p. 13. 67 Ne/son Orringer, Unamuno y los protestantes liberales (1912). Sobre las fuentes de «Del sentimiento trágico de la vida». Gredas. Madrid, 1985 (Obra ya imprescindible en el estudio de Unamuno y la teología protestante. Roza el tema que exponemos en el texto, pero no lo aborda de frente.) 68 Diario Intimo. Cuaderno Segundo. O. C., VIII, p. 817.

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