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224 el lado civil y social de éstos; siente que sin los acomodamientos de su laxa moralidad sería imposible la vida moral en el siglo; siente que la doctrina jesuítica de la gracia, o, mejor, del libre albedrío, es la única que permite una vida civil normal. Pero siente que es anticristiana». 62 En qué sentido la doctrina jesuítica es anticristiana lo da bien a entender este breve inciso de Unamuno sobre Pío IX: «El primer pontífice declarado infalible, declaróse irreconciliable con la llamada civilización moderna. E hizo bien». 63 ª Si entendemos la historia interna de la Compañía como un esfuerzo de «aggiornamen– to», mejor o peor logrado, entre el Cristianismo y la civilización moderna, no parecen hallarse muy en línea con Pío IX por esta buscada conjunción de lo temporal y de lo eterno. Pero Unamuno, al decir que hizo bien Pío IX, pide renuncia a todo lo terreno. Sólo así se llega a un Cristianismo auténtico. Desentendido del más acá por atenerse exclusivamente al más allá. Afortunadamente Unamuno no mantiene siempre esta actitud rigorista. Emocionan los pasajes en que sintoniza con lo más humano de Cristo. He aquí lo que leemos en uno de ellos: «No bajó Cristo como aparición, no tomó carne mortal de modo milagro– so y apareciendo ya hombre maduro cumplió su obra. Habría sido un fantasma y no una realidad. Nació, nació niño y vivió niño, vivió treinta años en la oscuridad, oculto, vida humana, sin hacer más que vivirla. La niñez de Cristo es uno de los más instructi– vos misterios». 616 Rimando con este sentido humano hacia Cristo, Unamuno pondera los aspectos de comunión con Jesús cuando en su poema, El Cristo de Velázquez, se dirige a él para decirle: «Eran tus ojos las luces de tu cuerpo, que sencillos y claros te lo hicieron lumi– noso». Eran tus oídos «dos rosas que se abren al rocío del lamento fugaz de nuestra nada». Eran tus brazos «alas blancas, abiertos como están los de una madre que aguar– da al niño en sus primeros pasos». Tus manos «abrieron a los ciegos los ojos, los oídos a los sordos». Tus pies «entre pedruscos con amor corrían tras de la pobre oveja descarriada». 64 Dígasenos si hay algo más humano y delicado que esta vinculación de Unamuno con Cristo. Y sin embargo, se empeñó en ver muchas veces al Cristianismo deshumanizado. No es propósito de este estudio hacer crítica de Unamuno. Pero en esta ocasión no podemos silenciar que optamos decididamente por el humano Cristia– nismo del gran poema frente al hosco y duro de los influjos pascalianos. Y también jansenistas a lo Saint-Cyran de quien se declara paisano. «Vasco como el que estas lí– neas traza, lleva siempre en su fondo un sedimento de desesperación religiosa, de suici– dio de la razón.» 65 La afinidad de estos espíritus explica de modo muy suficiente el desincarnacionismo histórico del Cristianismo propugnado por Unamuno. Afortunadamente no lo mantu– vo en algunos de sus mejores momentos. Se aferró a que el Cristianismo no es de este mundo, en seguimiento a la letra de la palabra de Jesús. Pero a este Jesús le vio otras 62 Op.cit. IX. La fe pascaliana. O. C., VII, p. 349. 63a Del sentimiento trágico. IV. La esencia del Catolicismo. O. C., VII, p. 152. 63b Diario Intimo. Cuaderno Segundo. O.C., VIII, p. 828. 64 El Cristo de Velázquez. Tercera Parte, v. 1. 774-76, 1.983-85, 2.052-54, 2.200-1. 65 Del sentimiento trágico. VI. En el fondo del abismo. O. C., VII, p. 181.

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