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222 escribe El genio del Cristianismo. Muy discutible esta obra como apología, tuvo la efi– cacia de hacer cambiar de signo la actitud frente al Cristianismo. En seguimiento de Chateaubriand, el pensamiento romántico le juzga una gran fuerza histórica de tal suerte que sin él Europa sería impensable. A partir de entonces el Cristianismo tiende a ser entendido desde su peculiar aportación a los llamados valores humanos. Hasta llegarse a hablar hoy de un humanismo cristiano. ¿Qué pensó Unamuno de esta disyunción en el modo de interpretar el hecho históri– co del Cristianismo? ¿ Vio en él un obstáculo a la marcha de la historia o una fuerza viva en la dinámica de la misma? La respuesta que haya que dar a estas preguntas Unamuno la juzga implicada en las palabras que Jesús pronuncia cuando se halla ante los poderes de la tierra: «Mi reino no es de este mundo» (Juan, XVIII, 36). Esto es decir, le parece a Unamuno, que el Cristianismo no puede ser considerado rémora de la historia ni fuerza impulsiva de la misma. Se halla fuera de la misma. 57 De cuestión tan importante hace reflexión detenida en La agonía del Cristianismo. Sucede, con todo, que ni aquí ni en sus otros escritos se preocupa lo más mínimo de impugar el dicho volteriano de que Cristo sea lo infame que hay que raer de la historia. Parece increíble que lo que estuvo de moda en el siglo ilustrado no halle el menor eco en este buen conocedor de aquel siglo. Ello se explica porque quien veía en el Cristia– nismo el gran potenciador de energías humanas, como vimos en la anterior sección, no pudo tomar en serio una actitud radicalmente negativa respecto del Cristianismo. Algo muy distinto acaece con el intento de mundanizarlo, por juzgarlo inserto en nuestros problemas mundanales y con capacidad para dar solución a los mismos. En esta mun– danización Unamuno ve la agonía social del Cristianismo, pero absurda y contradicto– ria, al querer casar lo eterno del Cristianismo con lo temporal de nuestras quisicosas terrenales. La primera mundanización del Cristianismo juzga Unamuno que fue su romaniza– ción por obra de Constantino. Entonces comenzó a convertirse la letra del Evangelio en algo así como la ley de las Doce Tablas. «Los Césares, escribe Unamuno, se pusieron a querer proteger al Padre del Hijo, al Dios del Cristo y de la Cristiandad. Y nació esa cosa horrenda que se llama el Derecho Canónico. Y se consolidó la concepción jurí– dica, mundana, social, del supuesto Cristianismo.» 58 Los expertos en Derecho Canó– nico moverán la cabeza ante el agresivo ataque de Unamuno. Eppur si muove... Ellos mismos, mejor que nadie, son conscientes del ingente esfuerzo que se ha tenido que llevar a cabo para que el nuevo Código de Derecho Canónico, recientemente promul– gado, traspire más sentido evangélico y asome algo menos el derecho romano que por largos siglos ha estado demasiado presente en la contextura de la ley fundamental de la Iglesia. De la época constantiniana Unamuno da un salto a nuestro mundo de hoy. Respira éste democracia ya en los chavales que van a la escuela. Pues bien; Unamuno nada ami- 57 La agonía del Cristianismo. VII. El supuesto Cristianismo social. O. C., VII. p. 336. 58 Op. cit., p. 335 ..

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