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220 para la razón, la verdad es lo que se puede demostrar que es, que existe, consuélenos o no. Y la razón no es ciertamente una facultad consoladora.» 49 El alma escindida de Unamuno asoma de nuevo aquí. La razón se torna al occidente de la verdad, aunque sea el ocaso de la nada. La vida mira al oriente de la esperanza que se alza en el horizonte de la existencia. Por fortuna, Unamuno cree hallar en el Cristianismo a la celeste y deseada esperanza. Es el Cristianismo «consolador». Con complacencia lee al primer doctor de la Iglesia, San Pablo, quien proclama la resurrección de la carne y concluye su razonar sobre este misterio de esperanza con estas palabras: «Si en esta vida sólo esperamos en Cristo, somos los más miserables de los hombres (I Cor. XV, 12-19)». 50 Este misterio de la resurrección de la carne, no la mera pervivencia del espíritu, como pensaba Platón, ha llenado de consuelo a millones de cristianos. Con satisfacción lo ha constatado reiteradamente Unamuno, que tenía ante sí un círculo de seres queridos que vivían este esperanzador consuelo. A la resurrección de la carne ve unido el misterio eucarístico de que tanto gusta el pueblo cristiano. So– bre la unión de ambos escribe: «Y a este dogma central de la resurrección en Cristo y por Cristo corresponde un sacramento central también, el eje de la piedad popular católica, y es el sacramento de la Eucaristía. En él se administra el cuerpo de Cristo, que es pan de inmortalidad». 51 Del incomparable poema de Unamuno, El Cristo de Velázquez, se han dado múlti– ples interpretaciones. En nuestros estudios nos ha salido muy al paso. En esta ocasión pensamos que uno de los motivos centrales del poema y que más incitaron a Unamuno en su composición fue buscar en Cristo un motivo de consuelo: el último y el mejor. Ya en la misma obertura del poema dice Unamuno a su Cristo: «Volaste al cielo a que viniera, consolador, a nos el Santo Espíritu,/ ánimo de tu grey...». )z Asoma aquí una vez más el dualismo unamuniano: la pobre humanidad que pide alientos en su camino. Y el consolador celeste que los trae a la tierra. En la página siguiente declara dichosos los ojos que han podido ver -repite aquí las palabras evangélicas- lo que ni reyes ni profetas vieron. Esta visión, añade, nos da bríos para pisar sobre escorpiones, dominando el poder del tentador. La tercera parte del poema está cargada de emoción porque Unamuno va contem– plando en cada miembro de su Cristo blanco un apoyo para su vivir. Recojamos como síntesis de su poética meditación en busca de apoyo lo que dice de La Llaga del Costado en estos dos versos, cúspide genial de poesía religiosa: ... surtidor donde el alma que en el páramo va perdida, su sed de Dios apaga. 53 Este surtidor de esperanza tiene una cresta que se alza hasta Cristo para decirle: «Avan– zamos, Señor, menesterosos, las almas en guiñapos harapientos ... Pero con el consuelo 49 O. y l. cit., p. 165. 50 Op. cit. IV. La esencia del catolicismo. O. C., VII, p. 146. 51 Op. cit., p. 148. 52 El Cristo de Velázquez. Primera Parte. 1, v. 7-9. O. C., VI, p. 417. 53 Op. cit. Tercera Parte. XXII. La llaga del costado, v. 2. 109-10. O. C., VI, p. 480.

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