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218 los siglos y las tierras es el sermón llamado de la montaña, aquél en que nos introduce el capítulo V del Evangelio de San Mateo, con estas sencillas, pero excelsas palabras: "Y viendo a las turbas, subióse al monte, y habiéndose sentado El acercáronsele sus discípulos, y abriendo su boca les enseñaba diciendo: Bienaventurados los pobres de espíritu, etc." Y sigue todo el sublime códig0 de la perfección cristiana.» 42 Culmina este sublime código con la consigna dada como meta al superhombre cristiano: «Sed perfectos como vuestro Padre Celestial». Pero Unamuno no se contenta con recordar el ideal del superhombre propuesto por Cristo en el sermón de la montaña, sino que ve en el mismo Cristo, en contraste una vez más con Nietzsche, la encarnación divina, en pálpito humano, de este ideal. En el soneto: A Nietzsche, leemos estos dos primeros versos: Al no poder ser Cristo maldijiste de Cristo, el sobrehombre en arquetipo. 4 .i Estos dos versos nos invitan a dejar a un lado la figura de Nietzsche y a fijarnos ante la piedra miliaria que Unamuno erige aquí en honor de Cristo al llamarle «el sobre– hombre en arquetipo». Esto, que escribe en 1910, viene a ser uno de los goznes menta– les de su gran poema El Cristo de Velázquez, que inicia tres años más tarde para ru– miarlo durante los siete siguientes. En dicho poema deja a un lado teorías y mira a su Cristo, divinamente blanco, a quien declara luminar de vida de esta humanidad que va por un camino doliente. Unamuno resume esta visión potenciadora del Cristianismo en estos versos en los que se dirige al rostro de Cristo, al que llama «espejo de la gloria», para decirle: No escondas de nosotros tu rostro, que es volvernos chispas fatuas, a la nada matriz. 44 Anota aquí Unamuno cuán posible es que el hombre pueda trocarse en chispa fatua, para hundirse en la nada, que es su matriz. Pocas veces siente con mayor hondura su tema dilacerante: «todo o nada». Pero aquí, frente el posible hundimiento en la matriz de la nada, contempla esperanzado el rostro de Cristo «potenciadon>. Es este otro as– pecto esencial de su Cristianismo. b) El Cristianismo «consolador» Ya la filosofía griega tomó caminos divergentes en la interpretación del fin último del hombre, norte al que se encamina toda ética., Es sabido que Aristóteles optó por lo que se ha llamado desde entonces fin eudemonístico. Es decir; que el hombre está llamado a una felicidad última que debe alcanzar en el ejercicio de su acto más perfec– to. Para Aristóteles este acto era la contemplación. En pos de él vinieron los estoicos, quienes, al margen de toda finalidad última, consideraron la virtud un fin en sí mis– ma. Lo que más tarde dirá el conocido lema de «el deber por el deber». 42 Andanzas y visiones españolas. Ciudad, campo, paisaje y recuerdos. O. C., I, pp. 363-364. 43 Poesía. Rosario de sonetos líricos. C. A Nietzsche. O. C., VI, p, 396. 44 El Cristo de Velázquez. Tercera Parte. VI. ~ostro, v. 1, pp. 724-26. O. C., VI, p. 468.
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