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217 el que, dirigiéndose a Maeztu, su amigo de entonces -junio de 1908- le escribe: «En otro tiempo -¿recuerda usted?- gustábamos de dejarnos abrasada la fantasía sobre una página de Nietzsche ... ». ' Pero, dejando aparte este influjo nietzscheano, marginal a nuestro propósito atengá– monos a la acusación que Unamuno termina de lanzar sobre Nietzsche llamándolo «ca– lumniador jurado del Cristianismo». 'No es ésta una acusación de paso sino que la repite siempre que viene a cuento. «Sistemático detractor del Cristianismo», le llama en su ensayo Verdad y Vida. 37 Y en su meditada obra, Del sentimiento trágico, se enfrenta con él para acusarle en estos duros términos: «Al no poder ser Cristo, blasfemó del Cristo». 38 En esta misma obra cree Unamuno hallar la raíz de la impugnación nietz– scheana del Cristianismo en la tesis de la vuelta eterna, mezquino sucedáneo del anhe– lo de inmortalidad. En este sentido escribe: «¿qué otra cosa significa aquella cómica ocurrencia de la vuelta eterna que brotó de las trágicas entrañas del pobre Nietzsche, hambriento de inmortalidad _concreta y temporal?» .i 9 Unamunb resume su impugnación a Nietzsche junto con el sentido potenciador que él atribuye al Cristianismo en este pasaje que no podemos menos de recopiar: «Y no vengamos a hombres como Nietzsche, porque sus calumnias, gratuitas y absurdas, con– tra Cristo y el cristianismo no han podido hallar acogida y asenso más que entre perso– nas profundamente ignorantes de lo que es y lo que significa el Cristo, y que jamás se han tomado la molestia de leer con atención y sin prejuicios los Evangelios. El desdi– chado soñador llamó ladrón de energías al Cristo que 'es quien más energías ha despertado ... ». 40 Las últimas palabras de este texto enuncian la tesis unamuniana sobre el Cristianis– mo como potenciador de las posibilidades humanas. Por esta vía piensa que se puede llegar al «sobrehombre» -Uebermensch-, al que califica de sueño disparatado del pobre Nietzsche, pero en el que hay mucho de oro puro y de ley. Sobre este oro puro reflexio– na en su Diario Intimo. Con lenguaje hiriente escribe: «El sobre-hombre, Uebermensch. Es el cristiano. "Sed perfectos como vuestro Padre celestial". El pobre inventor de eso del sobrehombre está idiota, nuevo Nabucodonosor». 41 Que contraste tan instructivo. Ante la mente de Unamuno se presentan dos programas: el divino del Evangelio y el humano de Nietzsche. Ai;nbos incitan al hombre ser más que hombre. Pero el Evange– lio diviniza al hombre, proponiéndole ser como el Padre Celeste. Por el contrario, Nietz– sche apremia hasta la idiotez de la soberbia para llegar, como otro Nabuco, a comer yerba del campo, cual si fuera bestia irracional. Años más tarde, en Andanzas y visiones españolas, hace un comentario al sermón de la montaña en que Jesús propuso a los suyos la superhombría de ser perfectos como el Padre Celeste. He aquí su comentario: «La más sublime lección moral que han oído 37 Verdad y Vida. O. C., III, p. 266. 38 Del sentimiento trágico. III. El hambre de inmortalidad. O. C., VII, p, 139, 39 Op. cit. X. Religión, mitología de ultratumba y apocatástasis. O. C., p. 245. 4o Contra esto y aquello. Rousseau, Voltaire y Nietzsche. O. C., III, p. 569. 41 Diario Intimo. Cuaderno Primero. O. C., VIII, p. 800. En el ensayo, La dignidad humana, O. C., I, p. 974, habla del oro puro y de ley que se halla en el Uebermensch de Nietzsche.

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