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215 halla al margen de las ingerencias del lagos que hace teología. Es cierto que la teología católica no ha tenido reparo alguno en aunar fe y lagos, que no solamente no se exclu– yen sino que se reclaman, como dos focos de luz que la reciben de la misma central. Así lo diren las famosas consignas teológicas: «Crede ut intelligas; Intellige ut credas». San Agustín y San Anselmo potenciaron al sumo estas consignas.· Sin embargo, tales consignas teológicas no pudieron ser aceptadas en modo alguno por Unamuno. Bien lo dice esta declaración de su experiencia religiosa, escrita en uno de sus mejores momentos de acceso a la fuente de la fe: «Al rezar reconocía con el cora– zón a mi Dios que con mi razón negaba». 27 Esta declaración hace patente que el alma de Unamuno, aun en la hora a la que él mismo apellida «llamada de la gracia», 28 la razón no sólo no ha ayudado a su fe, sino que tercamente la ha contradicho. Tan sintió en lo hondo de su ser esta oposición que tiene que confesar apesadumbrado: «Maté mi fe por querer racionalizarla». Después de esta confesión quiere que ahora, en el mo– mento de su llamada, sea su fe la que vivifique sus adquisiciones racionales. Pero a este acuerdo nunca llegó su conciencia. 29 Definitivamente, el Cristianismo de M. de Unamuno cristalizó en un Cristianismo de oposición y guerra íntima: entre su razón y su fe; entre su lógica y su cardíaca. Nos parece esto más que suficiente para entender por qué Unamuno vivió siempre su Cristianismo como agonía. Lo de maravillar es que haya tenido el increíble atrevi– miento de haber generalizado su propia experiencia hasta hacer de ella la misma esen– cia del Cristianismo. Comprendemos la psicología de esta transferencia, aunque ella no pueda dejar satisfecho a un espíritu reflexivo. No es el caso de entrar ahora en discusión con el mensaje de Unamuno. Se trata aho– ra, más bien, de interpretarlo. Y como interpretación la más genuina de lo dicho en esta sección juzgamos las palabras que él mismo dejó escritas en su obra mejor pensada, Del sentimiento trágico. En ella leemos: «Esa sed de vida eterna apáganla muchos, los sencillos sobre todo, en la fuente de la fe religiosa; pero no a todos es dado beber de ella ( el subrayado es nuestro). La institución cuyo fin primordial es proteger esa fe en la inmortalidad personal del alma es el catolicismo; pero el catolicismo ha querido ra– cionalizar esa fe haciendo de la religión teología ... ». 30 Este resumen de su pensamiento hace patente por qué para Unamuno el Cristianis- 1 mo tiene que ser forzosamente agonía en el que intente razonarlo. Y cuál es la dicha de las almas sencillas quienes, al margen de todo razonamiento, viven su Cristianismo con alegre serenidad. De esta suerte creemos haber calado en uno de los aspectos más hondos de la actitud de Unamuno respecto del Cristianismo. 2. El Cristianismo «potenciador» y «consolador» El análisis que hemos hecho del Cristianism~ como agonía no agota, en modo algu– no, la vivencia que Unamuno tenía del mismo. Esta vivencia es mucho más rica. Dos 27 Diario Intimo. Cuaderno Primero. O. C., p. 783. 28 Op. cit. Cuaderno Tercero. O. C., p. 850. El cap. IV de mi ensayo Unamuno y Dios desarrolla este tema. 2 9 El cap. VI de su obra, Del sentimiento trágico, es el mejor refrendo de esta afirmación. 30 Del sentimiento trágico. III. El hambre de inmortalidad. O. C., VII, p. 14.

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