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213 de Teresa de Jesús, con su actitud beatífica, en cuanto es dable en este mundo. Ya se hallaba totalmente impregnada de Dios, hasta en su diario quehacer, cuando podía decir con toda verdad que Dios se halla entre pucheros. Traduce, en verdad, este sim– pático dicho, tan malentendido en ocasiones, ese feliz momento en el que la agonía del alma cede el puesto a la sabrosa convivencia con el Señor. Así acaece ·en la más alta cumbre mística. Así en Teresa de Jesús. Aún en el momento en que deseando el abrazo eterno. exclame: «muero porque no muero». Ahora ya no es agonía; es placidez en el deseo. d) Almas cristianas «sin agonía» Debido a su tesis de la esencial agonía del Cristianismo, Unamuno no llega a la com– prensión de la vivencia del alma mística en perfecta placidez. Pero es que la lectura reflexiva de sus escritos pone ante los ojos una multitud de almas cristianas, viviendo su cristianismo al margen de toda lucha. En ellas tampoco el cristianismo ha vivido en agonía. En el Diario Intimo la mirada de Unamuno a esta beatífica legión de almas es cons– tante. «¡Sencillez, Dios mío, sencillez!, suplica en un momento. Y para lograrla, sentir como los sencillos, orar con ellos y como ellos, creer con ellos». 23 Se encuentra aquí Unamuno con el ingente número de felices dentro del Cristianismo, de los que ignoran el agónico desdoblarse del corazón, alegres en su sencillez. De esta alegría habla más claro en otro pasaje, cuando escribe, comentando el milagro de las Bodas de Caná: «De– bemos henchir nue~tras almas de agua pura y limpia, de sencilla y simple agua, de pu– reza y sencillez, y nuestro Señor la convertirá en vino reconfortante y letificante, con– vertirá nuestra sencillez en alegría de nuestra vida». 24 Es patente que aquí el agua de sencillez, trocada por Cristo en agua letificante, tiene poco que ver con el combate y la agonía. En línea con estas almas cristianas «sin agonía», podemos utilizar las intimidades que Unamuno no ha tenido reparo en poner a plena luz, contra cierta mordaz pudibundez que se lo ha reprochado. En contraste con su desgarro íntimo, tuvo en la mujer de su casto amor la experiencia más íntima y plena de un Cristianismo sin agonía. De mil pasajes que pudieran citarse, es suficiente que comentemos el pequeño poema que de– dica: A sus ojos. Cuántas cosas han dicho los ojos del ser querido al poeta enamorado. Entre tantas Unamuno ha elegido la placidez rebosante que irradiaban aquellos ojos que le amaban y le querían envolver en su dichosa paz. Su emoción agradecida la aden– sa en la primera estrofa que no podemos menos copiar: Mansos, suaves ojos míos,/ tersos ríos/ rebosantes de quietud;/ a beber vuestra mirada/ sosegada/ llega mi alma a plenitud. 25 De este remanso de paz, que esta primera estrofa hace sentir, viene a ser un comen - tario las estrofas siguientes. Pero el pequeño poema llega a su cénit en una que se repi– te dos veces. Primeramente, con verbo en indicativo, para afirmar que por los dos luce- 23 Diario Intimo. Cuaderno segundo. O. C., VIII, p. 81. 2 4 Op. cit. Cuaderno Cuarto. O. C., VIII, p. 869. 25 Poesía. Incidentes afectivos. A sus ojos. O. C., VI, pp. 287-288.

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