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212 ca, siempre a media luz por el camino de la fe, en busca de la Infinitud por la que ansía. Lástima que no haya percibido con mayor claridad lo que, de modo inspirado, declara el mismo San Juan de la Cruz en una de sus canciones, cuando afirma que to– das las criaturas le iban hablando de su Amado, de su Dios Infinito. Todas ellas, sin embargo, le llagaban más en lo hondo para al fin tener que confesar: «... y déjame muriendo/un no sé qué que quedan balbuciendo». Tocamos en estos dos versos una cumbre literaria y mística. El contenido y la expresión se han dado aquí la mano. A ellos les debemos el habérsenos dado entrever esa mística agonía del alma que suspira por su Dios sin poderlo plenamente abrazar. A ese no sé qué que le deja muriendo a San Juan de la Cruz, replica Santa Teresa con su suspiro: «muero porque no muero». Que rica veta tuvo ante sí Unamuno que todavía espera ser debidamente explorada desde la tesis de la «agonía del Cristianismo». 19 En un segundo momento Unamuno aborda el mismo tema de la «agonía mística» desde el binomio que a él tanto le atormentaba: «todo o nada». Hubiera podido utili– zar el rígido contraste que entre ellos establece San Juan de la Cruz: «Para venir a gus- , tarlo todo,/ no quieras tener gusto en nada./ Para venir a poseerlo todo,/ no quieras po– ner algo en nada». 20 J. Maritain, en su obra fundamental, Les degrés du savoir, hizo del lema «todo o nada», escrito en español, un largo estudio de alta mística. 21 Una– muno opta, sin embargo, por Santa Teresa de la que acota dos pasajes cumbres: uno lo toma de su Vida; otro, de las Moradas sétimas. Nos detenemos en el segundo por parecernos que pone más en claro cómo la preocupación de Unamuno por la agonía del alma cristiana motiva que llegue a verla hasta en la placidez que inunda la cumbre de la vida mística. Anotemos que el texto que acota Unamuno está tomado de las Moradas sétimas. Ahora bien, en ellas la Santa describe el matrimonio espiritual entre Dios y el alma. Ya la fase ardiente y desasosegada del va y viene de los desposorios, descritos en las Moradas sextas, ha pasado. Ahora ha llegado el momento de la unión serena y apacible del ma– trimonio. Para exponer esta unión Santa Teresa se sirve de cuatro comparaciones de un encanto singular: la de dos velas que aúnan su luz; la del agua del cielo que cae .en el río, donde se mezclan las aguas; la del arroyico que penetra en el mar y en él se pierde; la de la luz que entra por dos ventanas y se hace una en la sala. ¿Pueden hallarse comparaciones que lleven al espíritu más sosiego y quietud? Y sin embargo, Unamuno, que menta a las cuatro, ve en ellas la fuerza impelente de la nada, que em– puja hacia aquel alto estado. Hasta recuerda que Amiel, por este motivo, evoca por dos veces en su Diario Intimo el vocablo nada, escrito en español. 22 Pensamos que se da en esta ocasión uno de esos fáciles trasvases de la propia concien– cia a la conciencia con la que simpatizamos. Ante la de Unamuno estaba la conciencia 19 San juan de la Cruz, Cántico espiritual. Canción VII. Obras (ed. Silvenó de Santa Teresa). Burgos, 1940; pp. 477-481. 20 Idem, Subida al Monte Carmelo. Libro pn·mero, c. XIII (ed. cit.); p. 78. 21 J. Man"tain, Distinguer pour unir ou les degrés du savoir. Chapitre IX. Todo y nada. Desclée de Brou– wer. París, 1932; pp. 699-765. 22 Del sentimiento trágico. X. Religión. mitología de ultratumba y apocatástasis. O. C., VII, p. 243.
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