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FRATERNIDAD 11 a los demás en un servicio de justicia y amor o de grupo apostólico que pondrá en ejercicio su capacidad de entrega y creación, llevando a la práctica una serie de actividades y obras en beneficio de la hu– manidad y de la propia Iglesia, desde la vertiente del «servicio de hombre» y de su «carácter profético». 14 4. Reducción a pequeños grupos. La vida religiosa siempre como comunidad humana y como forma de vivir la. fraternidad evangélica, podría sentir la necesidad de una profundización de sus relaciom;!S. Nos encontrarnos frente al problema de los equipos,1 5 de las peque– ñas comunidades o de las fraternidades pluriforrnes de las que tanto se habla en la abundante literatura franciscana dedicada a exaltar los valores y méritos de la pequeña fraternidad. 16 El grupo que reclama la existencia de un equipo o de una pequeña fraternidad puede hacerlo por dos razones: por una necesidad de profundizar en su vida de relaciones personales, base de la frater– nidad, o por exigencias de un trabajo que requiere la agrupación de un determinado número de personas. En principio no negamos que el equipo o pequeña fraternidad .pueda reportar ventajas a los individuos y a la entera fraternidad religiosa. Pero somos un tanto reacios a la admisión generalizada de estas ventajas por considerar a la pequeña fraternidad y al mismo equipo como limitación a la esencia de fraternidad con carácter de universalidad y algo impropio de la comunidad humana madura. Precisamos más nuestro pensamiento. Para un franciscano la fraternidad como ideal alcanza a la universalidad de los seres huma– nos y aún de las cosas creadas. Una restricción de sus relaciones humanas a .un grupo reducido no se explicaría bien como esa voca– ción universal. Pero aún para el hombre maduro la simple limitación de sus relaciones a un grupo de personas que no alcanzara la cifra mínima de cien, podría ser interpretada como prueba de inmadurez, cuando no de subdesarrollo o subnormalidad afectiva. La tradición franciscana, en efecto, apoyada en la Regla 17 y poste– rior legislación, ha creado como modelo de fraternidad el grupo o comunidad humana que alcanza esa cifra de cien personas que sue- 14. AsIAIN, M. A., En busca de la renovación de nuestra vida comunitaria, en «Vida religiosa», .38 (1975), pp. 417 ss. 15. RUEDA, o. c., pp. 247 SS. 16. Ver, en particular, Documentos del Consejo Plenario de la Orden Franciscano-Capu– china, edición de la Conferencia Ibérica de Capuchinos, Madrid, 1973, pp. 21 ss.; en AO 87 ( y IJocurrzentum Pr1;niten!úe et De/in:.torio genci'[:Ú :·,1,,1,u.mJ1;J'2 Ca¡,dufa. en AO 91 (1975), 112 ss. 17. Regla Bulada, cap. VIII. Sobre con:mrndad provincial, etc., léase ALONSO, Severiano M., GMF, Comunidad y comunión, en «Vida religiosa», 40 (1976), pp. 309 ss.
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