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26 LÁZARO IRIARTE de tensión era la de la pobreza, en relación con los medios de vida y de acción. Fray Elías, que no había sido confirmado ministro general en el capítulo convocado en 1227, después de la canonización del Fundador había recibido del Papa el encargo de construir la gran basílica en honor del Santo y el sacro convento. Se dio a la obra con tal tenacidad que dos años más tarde, 1230, se pudo celebrar el solemne traslado de los restos. La obra era llevada adelante con las limosnas recogidas por los hermanos en todas las provincias. La cuestión que se plantea inmediatamente no es la del recurso a la «mesa del Señor», sino la del dinero, expresamente vetado por el Fundador en la Regla no bulada. ¿A quién pertenecían, pues, aquellas construcciones y otras que se levantaban en diversos lugares? Los ministros y custodios reunidos en capítulo no pudieron ponerse de acuerdo y se optó por una solución de autoridad. Una comisión, de la cual hacía parte san Antonio de Padua, fue encargada de obtener de Gregario IX una declaración que tranquilizara los ánimos. El resultado fue la bula Qua eloganti del 28 de noviembre de 1230, en virtud de la cual el Papa declaraba ser conforme a la Regla la institución de los nuncios, que surgían como represen– tantes de los bienhechores, y el depositar en las manos de los amigos espirituales las limosnas para las necesidades inmediatas. Así se salvaba la fidelidad al sentido jurídico de la letra de la Regla, pero sin embargo no la fidelidad al espíritu, es decir, al sentido evangélico dado por el Fundador. Fray Elías, retornado de nuevo al gobierno de la Orden en 1232, tenía ahora las manos libres para demostrar su capacidad emprendedora. Más tarde, en 1245, Inocencia IV declarará que los bienes que no se reservan a los bienhechores son propiedad de la Sede Apostólica y dos años después, el mismo Papa, instituirá los síndicos apostólicos, verdaderos ecónomos locales o provinciales a las órdenes de los respectivos superiores. San Buenaventura, bien conocedor de las intenciones del Fundador, justifi– cará estas intervenciones de la autoridad como inevitables, para tranquilizar la conciencia de los hermanos: «Así lo ha decretado aquel que es el Pastor de la Orden y de la Iglesia.» 3 3.4.2. La mendicidad y los amigos espirituales, única base económica Cuando el trabajo para otros fue prohibido en el capítulo general de 1240, la Orden dio el paso hacia lo que ya se estaba caminando. Jacobo de Vitry, sagaz observador externo del movimiento franciscano, presentía con preocu- 3 S. BUENAVENTURA, Ep. De tribus quaestonibus, 6; Opera omnia, VIII, 333.
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