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ARTICULOS Damián, de tan gratos recuerdos para él; y allá encontró clima ideal para el retiro apetecido Clara con "las her– manas que el Señor le había dado". Iniciaron el nuevo estilo de vida en pobreza y sencillez y gozo fraterno, en absoluta igualdad entre nobles y ple– beyas. El nombre escogido por Clara fue el de hermanas pobres; Francisco, llevado de su respeto caballeresco a, las esposas del Rey altísimo, las lla– maría "señoras pobres". ¿ Cómo fueron aquellos comienzos? Por el testimonio de la misma Clara en el Testamento y en la Regla, sa– bemos que fueron de auténtica expe– riencia de fe en la palabra del Señor, que no faltaron "privaciones, traba– jos, tribulaciones, humillaciones y des– precios del mundo", y que Francisco quedó muy satisfecho del resultado. Vas fuentes documentales no dan pie para ninguna conjetura. De lo que no puede dudarse es del género de vida eminentemente contemplativo, en ri– guroso retiro protegido por la clausu– ra, al menos a partir de 1215. Un texto clave para esos orígenes podría ser la carta de Jacobo de Vitry, escrita desde Génova en octubre de 1216. Habla del nuevo estilo de vida evangélica de los hermanos menores y de las que él llama hermanas me– nores; y dice que éstas "viven juntas en hospicios próximos a las ciudades, no aceptan donación alguna y viven del trabajo de sus manos; les produce gran disgusto y turbación el verse honradas más de lo que quisieran por clérigo y laicos" (4) . Es posible que el autor de la carta, testigo directo de los hechos que des– cribe, haya generalizado el caso único de San Damián; las características que indica responden exactamente al estilo de vida de Clara y sus herma– nas. Y conviene hacer notar la contra– posición que establece entre esta vida de comunidad, en una morada fija, y la de los hermanos, recorriendo ciuda- (4) Texto en San Francisco de Asís, B A C, Madri, 1 1978, 964. 190 des y aldeas, alojándose entre eremi– torios y lugares provisionales. A la sencilla Forma de vida dada por Francisco vino a añadirse, a raíz del Concilio IV de Letrán (1215), la Regla de san Benito como base canó– nica y, cuatro años más tarde, la im– puesta por el cardenal Hugolino a to– dos los monasterios de las "damiani– tas". En efecto, consta que, al menos a partir de 1218, fueron apareciendo nu– merosos monasterios de nueva funda– ción y comunidades reformadas, a ve– ces por acción directa de los herma– nos menores, "según las observancias de la Orden de las Señoras de San Damián de Asís" (5) . Hugolino, que seguía ya para entonces muy de cer– ca el movimiento suscitado por Fran– cisco y trataba de comunicarle orga– nización y eficiencia en beneficio de toda la Iglesia, captó certeramente no sólo la santidad y fuerza de atracción de Clara y su grupo de hermanas po– bres, sino que vio en éste como una levadura de transformación de la ins– titución monástica femenina. A favor de su decidida protección y de su ini– ciativa personal, primero como carde– nal protector y luego como papa, se irían multiplicando rápidamente ta– les monasterios en Italia y el resto de Europa. En 1228, año de la canoniza– ción de san Francisco, el nuevo carde– nal protector Reinaldo, al anunciar en una circular el nombramiento de fray Felipe Longo como visitador general de todas las "damianitas", enumeraba 24 monasterios sólo en Italia. Ese mismo año una bula de Gregario IX, acompa– ñada de la copia de la Regla suya de 1219, aprobaba canónicamente la fun– dación llevada a cabo en Pamplona por un grupo de mujeres jóvenes, que que– rían vivir conforme al modo de San Da– mián de Asís (6). No necesitó Hugolino empeñarse en una campañ.a de índole jerárauica; la fama misma de San Damián daba im- (5) Bula de Honorio III, 27 julio 1219; Bull. Franc. I , 3. (6) Texto en Escritos de ~anta Clara, o.e., 216.

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