BCCCAP00000000000000000001678
que halló el ideal franciscano en el elemento femenino del vecindario de Greccio: "Numerosas mujeres vivían en virgi– nidad, permaneciendo en su propia ca– sa y vistiendo hábito religioso. .. Apa– recían ante la gente y ante los herma– nos, jóvenes y sencillas como eran, no como personas que vivían en el mun– do y en medio de sus familiares, sino como si vivieran en comunidad de re– ligiosas santas que hubieran pasado largos afias entregadas al servicio del Señor" (LP, 34). Dejemos a un lado la visual del au– tor del relato, para quien no cabe un modelo de vida santa en una mujer fuera de la regularidad conventual, y fijemos la atención en ese hecho de sabor premonástico, como otros mu– chos de la experiencia franciscana ini– cial, que trae a la memoria las vírge– nes de la Iglesia primitiva profesando vida de consagración sin salir del cli– ma familiar. Cierto que, para las aldeanitas de Greccio, no le era fácil a Francisco pensar en una fórmula aceptable fue– ra de ese ambiente: los monasterios estaban abiertos solamente para las hijas de la nobleza, las demás podían aspirar cuando mucho a ser recibidas como conversas. La experiencia evangélica de Clara polariza el anhelo femenino de consagración Entre tanto, desde la mansión se– ñorial de Favarone una jovencita de fina penetración y de alma soñadora se deja envolver en el .embrujo del hi– jo de Bernardone. Debía de contar unos treces años la niña Clara cuan– do tuvo noticia de que un grupo de pobres, dirigidos por un convertido loco, se dedicaba, como por deporte, a reconstruir iglesias. Un día llamó a su amiga Bona de Guelfuccio y le dio ARTICULOS unas monedas "con el encargo de que las llevara a los que trabajaban en Santa María de la Porciúncula, para que se comprasen carne" (3). Pudo ser en esa ocasión cuando Francisco supo por primera vez el nombre de su futura "plantita". Lo que después sucedió es sobrada– mente conocido: citas secretas entre la muchacha, acompañada de una amiga, y el que ya era su guía espiri– tual, acompañado de Felipe Longo; decisión bien mediata de lanzarse a la misma aventura de seguir a Cristo en pobreza; fuga nocturna de la casa paterna, afrontando lo que semejante hecho suponía en una hija de familia noble, en la flor de los dieciocho años, para ir a juntarse a una partida de vagabundos, que no otra cosa eran to– davía, para la buena sociedad de Asís, los moradores de la Porciúncula. Clara, aquella noche, debió de pa– recer a Francisco como la expresión de lo que daría de sí el ímpetu feme– nino bajo el enamoramiento del Cris– to pobre y crucificado. Pero de mo– mento no tenía un programa concre– to que ofrecer a Clara si no era la li– bertad de la pobreza abrazada. ¿In– corporarla a la hermandad de los me– nores? Ni le pasó por la cabeza. ¿Lan– zarla a una vida itinerante, llevando como los hermanos el mensaje de paz en pobreza y minoridad? Francisco no sabía programar de antemano; ante el nuevo hecho de su experiencia de fun– dador, optó por esperar a que el Se– ñor manifestara su voluntad como lo había hecho con él. De mome~to buscó un asilo para hermana Clara en un monasterio y luego · en otro. La fuga de casa de la hermana me– nor Inés para unirse a Clara y la lle– gada de otras amigas, enardecidas con la noticia e igualmente fascinadas por la aventura evangélica, puso a ~~ancisc? ante la urgencia de una op– c1on. D1spuso convenientemente la hospedería aneja a la iglesita de San (3) Proceso de canonización, XVII, 7; ed. I. OMAECHE– VARRIA, Escritos de santa Clara y documentos con– temporáneos, Madrid 1970, 104. 1.89
Made with FlippingBook
RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz