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ARTICULOS ternidad, hallamos el primer dato so– bre el efecto que producía en el ánimo femenino aquel nuevo estilo de vida y de mensaje. Con la llegada de Egidio eran ya cuatro los componentes del grupo lan– zado a la aventura de la vida evangé– lica en pobreza total, todos "repletos de rebosante alegría y gozo del Espíri– tu Santo". Francisco, que tenía pre– sente la página de la misión de los discípulos de Jesús, la que le hizo des– cubrir definitivamente su vocación, se lanzó con ello inmediatamente a la primera correría caminando "a la apostólica", de dos en dos. Tomando como compañero a E'gidio se dirigió hacia la Marca de Ancona. Iban los dos "alegres y gozosos en el Señor". Francisco "cantaba en fran– cés, con voz alta y sonora, las alaban– zas del Señor, bendiciendo y glorifi– cando la bondad del Altísimo. Era tanta su alegría, que no parecía sino que hubieran descubierto un magnífi– co tesoro en la heredad evangélica de dama pobreza ... " En francés, o mejor, en provenzal, la lengua de los trovadores, se explayaba Francisco en los momentos mejores de exalta– ción espiritual, cuando el gozo no le cabía en el pecho. De camino hablaba a su compañe– ro de sus sueños de fundador. Cuando entraban en poblado, Francisco "ex– hortaba a todos a amar y temer a Dios, y a hacer penitencia de sus pe– cados". Egidio, por su parte, le hacía cartel y le atraía oyentes ponderando las buenas cosas que sabía decir el compañero. Entre el público curioso que les es– cuchaba "había pareceres encontra– dos; unos los tenían por locos o borra– chos, otros decían que tales palabras no podían proceder de locura". El re– lato concluye: "Entre tanto, si bien algunos se sen– tían sobrecogidos de temor viendo aquel modo de vivir, ninguno se deci– día a seguirles. Las muchachas, en vién– dolos de lejos, huían despavoridas, te- 188 miendo quedar fascinadas por aquella locura y excentricidad". (2). Al lector de hoy, testigo del efecto embelesador que produce en las ado– lescentes un cantante melenudo o un conjunto de vagabundos idealistas, no le será difícil adivinar lo que expe– rimentaban esas jovencitas -mulle– res iuvenculae- viendo y oyendo los desatinos de los dos jóvenes, libres de conformismos, rebosantes de gozo en su primera experiencia de la libertad lograda, que predicaban cantando co– mo juglares. El capítulo doce de la regla no bu– laba nos pone delante una situación de alarma ante el riesgo que podía originarse al nuevo grupo penitencial, en su itinerancia espontánea, por cau– sa de las numerosas mujeres que, mo– vidas por sus exhortaciones, se deci– dían a cambiar de vida. No se trataba sólo de mirar por la castidad de los hermanos, sino también de proteger– los contra la sospecha de herejía, ya que la promiscuidad de sexos era fre– cuente en los movimientos evangéli– cos del tiempo. Por ello se ordena que "ningún hermano trabe conversación con mujeres ni vaya de camino sólo con alguna ni coma con una mujer del mismo plato", y que los hermanos sacerdotes "hablen con ellas honesta– mente cuando les dan la penitencia o algún consejo espiritual". Se añade la prohibición tajante de "recibir a la obediencia a mujer alguna": a los her– manos les baste aconsejarlas espiri~ tualmente en su cambio de vida, pero sin tenerlas sujetas a su dirección; que cada una ordene por propia cuen– ta su condición de "penitente". Así es cómo Francisco y su frater– nidad de menores iba removiendo e informando el movimiento peniten– cial, ampliamente difundido, que en– globaba a hombres y mujeres de toda condición. Y ya es sabido que no fue otro el origen de la orden de la peni– tencia. La Leyenda de Perusa hace una bella descripción de la acogida (2) Tres Comp. 34; cf. Anon. Per. 16.

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