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414 Torralba y la transcendentalidad como su rebasamiento, mediante la aper– tura, la respectividad, la « suidad » y la mundanidad, que es uno de los transcendentales primarios. La «esencia», tópico tan zubi.– riano que algunos, forzándolo, lo tomaron prematuramente por el non plus ultra de esta filosofía, e indicio neto de su escolasticismo, no debe ser interpretada tanto a la luz del famoso libro que lleva su nombre, cuanto de Inteligencia sentiente; es ésta la clave de lectura que permite verlo bajo su luz apropiada, y ante la que el texto de 1962 palidece como un esbozo o vislumbre. Por ejemplo, Zubiri introdujo trastrueques significativos en el entramado concep– tual de la más reciente de esas dos obras en relftción con lo asentado en la más antigua, transvasando ideas del campo de la aprehensión simple al del logos y del de éste al de la rizón; y términos, tan inconfundiblemente de su jerga filosófica como el « de suyo», no aparecen en Sobre la esencia hasta su tercera y última parte, pe– núltimo capítulo. Entre los rudos espejismos sufridos por lectores y comentadores de esta obra, falsamente« sensacional», los hubo desde el banalísimo de juzgar de su importancia por su mole, al antihistó– rico de no advertir que la crítica de Zubiri no apuntaba tanto a Aristóteles (esencia = cosa-realidad), cuanto a Husserl y Heidegger (esencia = cosa-sentido), o que su idea de esencia difiriera de la de todos ellos. Esta constatación del desenfoque hermenéutico pa– decido por muchos, antes de 1980, dentro y fuera de España, con– vence de la necesidad de leer, o releer, el I Zubiri desde el II. Religación y voluntad de verdad El último de los inéditos importantes publicados al cierre de este libro era, si nuestra información no falla, El hombre y Dios. Aunque póstumo, su composición precedió a la de la trilogía final. La publicación del mismo ha venido a coronar felizmente, no obstante tratarse ge un manuscrito incompleto, una de las dimensiones sobre– salientes de esta filosofia. La voz « r~ligación » irá siempre asociada al prestigio de este pensador quien, de carácter sensiblemente teotró– pico, gravitaba de siempre sobre el problema de Dios. La nueva obra no hace sino volver sobre el asunto más de raíz, sistematizarlo, y darle una mano casi definitiva. Al unísono con aquél, D. Gracia remata con su exposición la de las líneas maestras de la filosofía zubiriana. En la aprehensión, la realidad no sólo nos impresiona, sino que se nos impone. Hay en ella, como veíamos, a más de los momentos de afección y alteridad, el de fuerza de imposición. Al mero animal lo subyuga la impresión con la fuerza del estímulo, al hombre, en cambio, con la de « realidad », que lo religa. El hecho, según Zubiri, · es perfectamente constatable, por hallarse entrañado en la mismidad

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