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416 Torralba parecer perogrullesco en filosofía, (¿pues qué es ésta sino esa vo– luntad de la verdad?), en la Zubiri goza de un estatuto singular. Quicio de todo proceso racional auténtico, la voluntad de verdad debe presidir cualquier clase de investigación. La realidad se abre únicamente a quien la consulte impulsado por ella. Es un reclamo de las cosas mismas o, más exactamente, de la verdad real, que no consiste en « voluntad de ideas », ilusión del idealismo, sino de cosas. Como Ulises para conjurar el encanto de las sirenas, el filó– sofo deberá escuchar a las ideas con sordina y atarse férreamente al banco de las cosas. « La voluntad de verdad real - afirma Zu– biri - es la condición precisa del logro de verdades reales». Al trasfondo de esa empresa se coloca algo más importante que el mundo de las ideas y el de las mismas cosas: el de la propia reali– zación como hombre, configurándose mediante « la apropriación de las posibilidades que la verdad real ofrece. En su aparente simplici– dad, la verdad real está henchida de inmensas posibilidades no sólo de intelección de cosas, sino de realizaciones de mi propio ser». Entre la gama de posibles entregas del hombre a lo real para indagar su verdad, destaca Zubiri tres actitudes: la « voluntad de elaboración de la realidad», propia, sobre todo, de la técnica, la de « objetualización de la realidad» por sí misma, hito de la ciencia pura, y la « voluntad de fundamentalidad », por la que el hombre decide entregarse « a aquello que muestre intelectivamente ser su fun– damento »: ésta última espolea en común, aunque diversamente, al filósofo y al hombre religioso. Conclusión El libro del profesor Diego Gracia se iniciaba con una disquisi– ción - que pasábamos por alto - sobre el problema y la idea de filosofía según Zubiri. Esa disquisición, cuyo tema se persigue en diversos escritos del mismo, cuadraría tal vez mejor al final de la obra como su precipitado y conclusión, hallando entonces al lec– tor mejor situado para comprenderla. El contenido de aquélla, dis– puesto sobre un montaje de coordenadas, horizontes y estructuras, tiene por centro de gravedad la historia de la filosofía. La filosofía en cuanto quehacer intelectual, in fieri o in facto, es inseparable de su historia. Lo viene siendo desde que comenzó su tradición escrita. Ya indicábamos con cuánta frecuencia tam– bién Zubiri filosofa a contrapelo de otros pensadores. Como ellos, se sumergió en la historia de esa actividad, para emerger con u.na visión diversa sobre problemas tocados ya alguna vez. ·No era su filólogo o su historiador, sino su repensador .

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