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162 FRANCISCO IGLESIAS «Ante la actual evolución del mundo, son cada día más numerosos los que se plantean o los que acometen con nueva penetración las cuestiones más fundamentales. Los hombres esperan de las diversas religiones la respuesta a los enigmas recónditos de la condición humana, que hoy como ayer conmueven íntimamente su corazón: ¿Qué es el hombre? ¿Cuál es el sentido y el fin de nuestra vida? ¿Qué es el bien y qué es el pecado? ¿Cuál es el sentido del dolor, del mal, de la muerte, que, a pesar de tan– tos progresos hechos, subsiste todavía? ¿Qué valor tienen las victorias logradas a tan caro precio? ¿Qué puede dar el hombre a la sociedad? ¿Qué puede esperar de ella? ¿Qué hay después de esta vida temporal? ¿Cuál es el camino para conseguir la verdadera felicidad? ¿Cuál es aquel último e inefable misterio que envuelve nuestra existencia, del cual pro– cedemos y al cual nos dirigimos? ... » 82 • El sesgo dramático de la existencia humana, idea esbozada en los do– cumentos conciliares, ha encontrado una caja de resonancia bien califi– cada en la Encíclica Redemptor hominis. El tema de la generación ame– nazada y trágica, víctima de la autoalienación, de la inquietud y del miedo., de la violación de la dignidad y de los derechos fundamentales del hom– bre, ocupa un puesto relevante en el documento programático del ponti– ficado actual. La causa del hombre, manipulado y a la deriva, constituye el objetivo prevalente del servicio eclesial del Papa 83 • Recordemos, de pasada, el tono vital diferente de un Juan XXIII, que disentía de ciertos profetas de calamidades prefiriendo reconocer «en el presente orden de cosas, en el cual parece apreciarse un nuevo tipo de relaciones humanas, los arcano~ designios de la Providencia Divina que hace que todo, incluso las fragilidades humanas, redunden en bien ... 84 • Y aquella otra confesión, tan franciscana, del testamento espiritual de Pablo VI: «Todo es don, todo es gracia ... Esta vida mortal es, no obs– tante sus aflicciones, sus oscuros misterios, sus sufrimientos, su fatal caducidad, un hecho bellísimo, un prodigio siempre original y conmovedor, un acontecimiento digno de ser cantado en gozo y exaltación y de feliz asombro el cuadro que rodea la vida del hombre: este mundo inmenso, misterioso, magnífico, este universo de las mil fuerzas, de las mil leyes, 82 GS 10; NA l; Cfr. GS 3, 4, 11, 12, 33, 41 ... 83 Cfr. RH 8, 15, 16, 17; AAS 71 (1979} 845; Alocución al «Angelus», 11 marzo 1979, en «L'Osservatore Romano» 12-13 marzo 1979,. p. l. 8 4 Discurso 11 ocubre 1962, en la inauguración del Concilio: AAS 54 54 (1962} 789.
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