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124 ENRIQUE RIVERA cartes deja a trasmano, serán muy pronto sometidos igualmente a las exigencias de la razón. En este proceso de fe exclusiva en la razón ma– temática lo más de notar para nuestro propósito es que el racionalismo del siglo XVII, que prueba la existencia de Dios por el famoso argumento ontológico, se ha replegado sobre si, para leer en sí mismo y desde sí mismo cuanto acaece en el cosmos. Un siglo después este racionalismo no se contentará con ver desde si, sino que intentará crear desde sí. Es esta la hazaña del idealismo transcendental, que ya no necesita pro– bar a Dios porque se ha puesto él mismo en su lugar. Cuando N. Ber– diaeff se encara con el comunismo ateo para decirle que no ama al obrero para hacerle mejor, sino que se vale de él porque le juzga el gozne en torno al cual gira la historia, es porque el comunismo no hace otra cosa que trasponer el idealismo transcendental de la Idea al duro terreno de la historia, en la que no será la Idea sino el proletariado la potencia crea– dora de la misma. En uno y otro caso, el hombre sustituye a Dios. «Seréis como dioses», dijo el ángel malo a la mujer vanidosa. En nuestros dias uno de los grandes pensadores de este siglo, N. Hartmann, escribe en su Etica: «El hombre es el heredero metafísico de Dios» 3 • 3) Desde la historia de la ciencia Fue muy comentado hace algunos años el contraste entre los astro– nautas que volvían del espacio cantando salmos al Hacedor, asombrados ante las leyes del cosmos, y los que proclamaban no haber visto a Dios en todo su inmenso recorrido. Este contraste nos habla de la problemá– tica de la ciencia sobre el tema de Dios. Pero nunca podrá olvidarse que la gran ciencia moderna nace de rodillas ante Dios, venerando su gran– deza. Tres nombres preclaros, Kepler, Newton y Linneo, son sabios de profunda alma religiosa. Veian el vestigio de Dios en las leyes admirables que iban descubriendo. D. Bonhoeffer se empeña en decirnos que hoy la ciencia no necesita para nada de Dios en sus explicaciones. Y esto se lo concederá quien piense que la misión de la ciencia no es descubrir con métodos experi– mentales dónde se halla Dios. Ni el telescopio, ni el microscopio le per– ciben. Pero el hombre que anida en todo sabio se sentirá fascinado siem- 3 Comenta este dicho de N. Hartmann, J. B. GARCIA BACCA, Introducción literaria a la filosofía. Universidad Central de Venezuela 1964, p. 116.

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