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136 ENRIQUE RIVERA acude justamente a San Buenaventura. Nunca mejor que en esta ocasión se puede decir de este doctor que «piensa lo que Francisco vive». Pues bien, E. Bettoni anota que las dos grandes verdades que alimentan la piedad cósmica de Francisco son el ejemplarismo y la peculiar antropo– \ logía franciscana. Conocida por todos la teoría ejemplarista del seráfico doctor, me basta subrayar que esta metafísica cristiana, frente a otras que también lo son, busca poner en claro, no tanto las notas diferenciales entre la creatura y el creador, cuanto las notas de semejanza. Lo importante para San Buenaventura no es contemplar a Dios como Ser Subsistente, distinto del ser menesteroso creado, sino contemplarlo accesible a través de los rasgos que ha ido dejando a través de la creación. De aquí el considerar todas las cosas, hasta las más minúsculas, como trasuntos y reverberos de Dios, por los que se puede ascender a contemplarlo, «Itinerarium mentís in Deum». Ante este espectáculo de la creación entera como re– flejo de la divinidad Francisco canta a Dios Padre, dando el familiar nombre de hermanos, al sol, a la luna, a la tierra etc ... Se vive la pre– sencia de la paternidad de Dios en toda creatura. La segunda verdad que recuerda E. Bettoni está tomada de la antro– pología de nuestra escuela, no formulada pero muy viva en San Fran– cisco. En contraste con Tomás de Aquino que ve en la unión del alma con el cuerpo un medio de perfeccionamiento para el alma, algo difícil de aceptar, y no sólo desde la visión platónica del cuerpo cárcel del alma, San Buenaventura pone en relieve el plan providencia de Dios. En virtud de este plan, Dios, al crear jerárquicamente a los seres, ha dado a la creación inanimada un oráculo sensible que recoja sus latentes anhelos, deseos y aspiraciones. Recordemos el grandioso pasaje paulino en que se nos habla de los dolores de alumbramiento que siente la crea– ción entera, esperando la revelación de los hijos de Dios. En esta línea está el pensamiento antropológico de San Buenaventura, muy vinculado a la teología griega. Lo que sucede es que si no hubiera habido pecado, no hubieran tenido lugar tales dolores de alumbramiento porque el hom– bre hubiera sido siempre el intérprete de la creación entera, elevando a Dios en nombre de todas las creaturas el himno de alabanza y gloria 21 • 22 San Buenaventura nos da la síntesis de esta antropología especialmente en la segunda parte de Breviloquium. (En B.A.C., t. I, p. 240-286).
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