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134 ENRIQUE RIVERA heridas por la duda, la náusea, la desesperación, la discordia, el odio. Llévelas el eterno mensaje de la paz cristiana cuyo gran pregonero fue Francisco. Sólo por estos caminos Dios se hará presente en el mundo, cuando tanto se teme por los mejores espíritus su eclipse. Pues el peor de los eclipses es ciertamente el eclipse de Dios. No quiero cerrar este apartado sin referirme a lo que el P. Cuthbert ha llamado «the apotheosis, not of justice, but of charity» 19 • El francis– cano ha optado por la caridad como presencia de Dios en el mundo, pues pudiera en éste observarse rígidamente un estatuto jurídico de justicia y permanecer profundamente ateo. La justicia ordena las relaciones externas de los unos con los otros. No es la entrega mutua de la caridad. Es cierto que algunos humanismos cultivan una fraternidad exclusivamente mun– dana. Pero sólo una caridad, mirando a la Transcendencia hará posibles los inmensos sacrificios que la caridad lleva consigo. En todo caso hay que decir que el camino franciscano de la caridad, entendida no como limosna sino como donación generosa a los demás, ha sido un camino que siempre ha sido transitado con el pensamiento en la Transcendencia. Es esta caridad franciscana el reflejo de aquella suprema Bondad que se irradia por doquier. Si verdaderamente el franciscanismo ha significado la apoteosis de la caridad, y no sólo de la mera justicia, esta apoteosis debe alzarse como bandera en el momento actual. Sólo la caridad puede disipar las nubes oscuras que encubren a Dios y amenazan provocar su eclipse total sobre nuestro mundo. C) Respuesta desde la vida del pensamiento Llegamos en este momento a un enfrentamiento de doctrinas. No para entrar en polémica, siempre extraña al espíritu franciscano, sino para contrastar dos actitudes mentales distintas. Ya expusimos en la primera parte de esta reflexión la actitud mental de la secularización actual. Debemos ofrecer ahora la visión franciscana en lo que tiene de más hondo. Como vivencia, esta visión franciscana se eleva a un clima de emoción y de canto en el Himno del Hermano Sol. La presencia de Dios se siente intensamente en ese balbuceo de la poesía italiana que hasta su imperfección estética pone más en relieve. Pero si toda vivencia autén– tica tiene una verdad dogmática que la alimenta y la sostiene, también 19 Father CUTHBERT, Saint Francis and Poverty. London 1910.
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