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296 Bemardino de Armellada Se pueden recordar aquí las palabras del cardenal Danneels: «El Señor sin su Madre no es otra cosa que una abstracción, una pura idea. Y abstracciones e ideas no tienen necesidad de una madre» 92 . Y el mismo Danneels cita estas pa– labras de Karl Rahner: «El Señor viviente - Hijo de Dios - tiene necesidad de una madre» 93 • Se puede bien pensar que Dios ha confiado su sonrisa materna a María. En primer lugar para Jesús y, junto con Jesús, también para nosotros. Hay, pues, en la espiritualidad franciscana una disposición particularmen– te intensa en la devoción a María para dejarse modelar por su amor materno. De san Francisco dice san Buenaventura que «llevó a sus hijos a Santa María de la Porciúncula, porque quería que la Orden de los Menores creciera y se desarrollara bajo la protección materna de la Madre de Dios, allí donde por los méritos de ella, había tenido principio» (LegM 4, 5). Y la protección de una madre es ante todo acogida y sonrisa, tal vez también en el dolor. 4.4. Jesucristo, Mediador absoluto, pero no excluyente Como reflexión conclusiva y de sereno talante ecuménico, es oportuno re– tomar la idea del principio. Desde luego que de la referencia a la Verdad de ese Jesús, que los cristianos aceptamos por la fe, tienen que partir sin desviar– se todos los esfuerzos en busca de la unión. En Él tenemos que encontramos para lograr la plenitud de su Verdad, como fue el deseo y perspectiva del mis– mo Señor para los suyos: Mucho tengo todavía que deciros, pero ahora no po– déis con ello. Cuando venga Él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad completa (Jn 16,12-13). En esa colaboración con el Espíritu en camino hacia la verdad siempre in– completa en nosotros, no podemos los cristianos confundir lo incompleto de nuestra verdad con las desviaciones del error. Para la Iglesia católica, el «De– creto sobre el Ecumenismo» del Concilio Vaticano II ha dado un impulso nue– vo y ha marcado las líneas correctas para un progreso en dirección de la uni– dad cristiana sin desviamos a concesiones que enturbien la verdad ya con– quistada. El cardenal W. Kasper advierte que, «dada la complejidad y delica– deza del argumento, no se corra el riesgo de caer en la simplificación, en el re- 92 G. DANNEELS, Verheug U Maria, Mechelen 1985, 4s. 93 Cf. ÜPTATUS VAN AssELDONK, Maria, Francesco e Chiara, Roma 1989, 373.

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