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ANTONIO DE FUENTELAPEÑA, UN CURIOSO ESCRITOR 285 Al principio de la segunda parte - de la contemplación -, cuyo contenido se desarrolla en las restantes conferencias, afirma el P. Fuen– telapeña, en la introducción, que muchos no se atreven a engolfar en el mar de la contemplación y llevan las almas siempre remando tierra a tierra, encalladas toda la vida en el bajo fondo de la meditación, con– tentándose con que estén continuamente moviendo los remos. La causa es un terror pánico a los naufragios que han visto padecer a muchas naves en el escollo fatal de la quietud. Declara y prueba seguidamente que el detener a las almas toda la vida en la meditación, impidiéndolas el pasar a la contemplación activa, es opinión temeraria, mal fundada y contraria al sentir de los santos y escritores místicos (c. XVIII), im– practicable (c. XIX) y perjudicial (c. XX). Satisface y disipa varias objeciones: no es ociosidad la oración de fe (c. XXI), ni tampoco ocio vicioso la simple aprehensión (c. XXII); en el concepto universal están incluidos los actos particulares (c. XXIII). Desvanece los temores con que algunos, haciendo con Molinos el coco, pretenden apartar a las almas de la contemplación (c. XXIV), y muestra que los aprovechados pueden subir a la contemplación activa por medio de la fe y de los hábitos adquiridos de luz y amor. Con s,ólo las gracias justificante, preveniente y concomitante, y con la fe, cualquiera podrá tal vez, y aun muchas veces, gozar algunos bocados de contemplación transeunte (c. XXV). En la contemplación está el amor más perfecto y encendido que en la meditación (c. XXVI). La solución de nuevas dudas de Lucinda completa y esclarece la doctrina y práctica sobre la contemplación. El alma contemplativa puede valerse, en algunas ocasiones, de la meditación; por ejemplo, cuando no puede sosegar el bullicio de su imaginación y de su discurso (c. XXVII). Pero el modo ordinario de meditar los contemplativos ha de ser por sólo simples recuerdos de las verdades, desnudas ya de todo lo material por medio de la oración afirmativa y negativa (c. XXVIII). Señala a continuación las disposiciones que, de parte del alma, deben preceder a la contemplación activa (c. XXIX); qué sean la contemplación y la presencia de Dios, y cuántos sus grados y excelencias (c. XXX); previene a Lucinda « no ser lícito a las almas desear con ansia eficaz el saber los estados pasivos, superiores al suyo», y bosqueja el estado pasivo o contempladón pasiva (c. XXXI), la vida interior, activa y pasiva, con la explicación de las tres vías: purgativa (c. XXXII), iluminativa (c. XXXIII) y unitiva (c. XXXIV), coronando la doctrina mística con la declaración de la efectiva, real y actual untón del alma con Dios (c. XXXV). Se cierra la obra con un epílogo de la doctrina de las conferencias antecedentes (c. XXXVI). Los cimientos y fuentes de la doctrina expuesta en Escuela de la verdad son la sagrada Escritura, santos Padres y autores ascético-místicos ilustres y consagrados hasta los tiempos del autor. Pasan de sesenta y tantos los que nombra distintamente, incluso con alegación de obras y pasajes de ellas, pero no vamos a detenernos en catalogarlos. Baste resaltar que los autores preferidos y más beneficiados son santa Teresa de Avila y san Juan de la Cruz: sin intermistón aparecen, y se comentan,

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