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284 TEÓFILO E. DE GUSENDOS de fe (c. III). Es perjudicial: mandar a los principiantes que hagan oración de fe sin valerse de la imaginación y discurso, es obligarles a una pura y perniciosa ociosidad, que para frecuentemente en ilusión pasiva, lo que prueba con algunos casos (c. IV). Acto seguido responde y soluciona algunas objeciones opuestas a su parecer (c. V). A continuación satisface a doce dudas de Lucinda, aclarando y com– pletando notablemente la doctrina sobre la meditación. La primera versa acerca de los directores de conciencia o padres espirituales: sus cualidades, defectos, peligros posibles entre ellos y sus dirigidos, etc. (c. VI). Para « remediar las almas que cayeron en ilusi,ón », refiere cómo se vaHó y los medios que hizo poner en práctica a un alma que a él acudió (c. VII). Los principiantes, sin excepción, deben comenzar la vida espiritual por la meditación, aunque bien podrá el Todopoderoso poner a un principiante en la contemplación sin que pase por la meditación (c. VIII). Algunas almas pueden hallarse negadas para la meditación por incapa– cidad de talento, por indisposición de la cabeza, o por disposición de Dios, el cual puede también comunicar a las almas el privilegio de la contemplación de muchas maneras (c. IX). A los convertidos de una vida distraída y relajada, nunca se les pondrá desde luego en la meditación, sino en ejercicios de compunción puramente sensitivos, que vienen señalados (c. X). No hay tiempo cierto en que el alma debe dedicarse a la meditación sin pasar a la contem– plación, y así debe meditar todo el tiempo en que lo pudiere hacer (c. XI). Puede darse el caso en que una persona esté toda su vida en la meditación sin pasar a la contemplación (c. XII), cómo también puede un alma, con sola la meditación, llegar a la santidad y perfección esencial (c. XIII). El conocimiento afirmativo y negativo de Dios es una oración que, distinguiéndose de la meditación y de la contemplación, participa de ambas. El conocimiento afirmativo afirma del ser divino infinitas perfecciones; pero en el conocimiento negativo el alma, aunque sabe que Dios es un mar inmenso de perfecciones, reconoce que todo eso es muy sobre nuestro saber y entender en modo más eminente, con que, rendido el entendimiento a la incomprensibilidad de Dios, venera el alma lo que no puede comprender, quedando casi en el conocimiento de la fe (c. XIV). Las tres más importantes señales para pasar ya a la contemplación son: el alma ya no puede meditar con el jugo y fruto de antes; no le da ninguna gana de poner la imaginación ni el discurso en otras cosas particulares exteriores ni interiores; gusta de estarse a solas con atención amorosa a Dios, en paz interior, quietud y descanso (c. XV). Recopila la teórica, según dice, de la meditación, definiéndola y declarando sus especies, partes integrales, propiedades y grados. Como ejemplos prácticos, cita las obras de Tomás de Villacastín, san Pedro de Alcántara y su Retrato divino (c. XVI). Finalmente, asegura que puede un alma, sin presunción ni temeridad, procurar subir a la con– templación activa o adquirida, que es una vista sencilla, amorosa, indistinta y universal del sumo bien, ejercitada con las fuerzas naturales ayudadas de la fe y de los auxilios ordinarios de la divina gracia (c. XVII).

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